FEBRERO 25

Y Él (CRISTO) es la plenitud....que lo llena TODO en Todo. Efesios 1:23
Recuerdo un verano en que dije: "Lo que yo necesito es el océano," y fuí al océano. Pero parecía que me decía, "¡No está ahí!" El océano no hizo lo que yo pensaba que haría para mí. Entonces dije, "¿Dónde podré encontrar paz, será en las montañas?" Y me marché a las montañas. Al despertar la mañana siguiente, me encontré con la montaña que había ansiado tanto el ver; pero dijo "¡No está ahí." Nada me satisface. Lo que yo necesitaba era el océano de Su amor, juntamente con las elevadas montañas de Su verdad. Era la sabiduría que las "profundidades" dijeron que no contenían, y que no podía compararse con alhajas, oro o piedras preciosas lo que yo necesitaba. ¡Oh profundidad de las riquezas! Rom.11:33 ¡CRISTO es la sabiduría y nuestra necesidad más profunda! Nuestra inquietud interior sólo puede ser vencida por medio de la revelación de Su amistad y amor para con nosotros. El verdadero amor de Dios no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino el amor que Dios demostró al enviar a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.1Juan 4:10
La incertidumbre en que viven muchos hijos de Dios se debe a no haber recibido en sus corazones un Cristo pleno, como la total provisión de Dios para ellos. Por su preciosa muerte expiatoria él suplió plenamente TODO lo que tenía que ver con nuestra condición de pecadores. Él cargó nuestros pecados, y los llevó del todo y para siempre. Él llevó la culpa de todos los que creen en Su Nombre. Jehová cargó en Él todas nuestras iniquidades Isaías 53:6. «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» 1ª Ped. 3:18.
¡Oh profundo misterio de la Cruz, el glorioso misterio del amor Redentor! Veo al propio Dios llevando TODOS mis pecados, pecados de la peor especie. Lo que digo no lo digo como teólogo, sino como alguien que fue divinamente instruido del verdadero desierto que es el pecado, y este desierto, yo, calmada, deliberada, y solemnemente testifico, es, y sólo puede ser, la eterna exclusión de la presencia de Dios y de Su Hijo, Jesucristo, esto es, la condenación eterna. ¡Y eternas aleluyas sean dadas al Dios de toda gracia!, porque, en vez de nuestra condenación por causa de nuestros pecados, Él envió a su Hijo para ser la propiciación por esos mismos pecados! Si Dios nos dice: «Y no me acordaré más de su pecado» Jer. 31:34. ¿qué más podríamos desear como fundamento de paz para nuestra conciencia?
Es algo maravillosamente bendito poder decir: «Encontré a Cristo que satisface plenamente mi corazón». Es esto lo que nos pone verdaderamente en la cima del mundo. Nos torna completamente independientes de los recursos a los cuales el corazón del no creyente siempre se apega. Nos concede un descanso permanente. Nos da una calma y quietud de espíritu que el mundo no puede comprender. Siendo así ¿Puedo decir que «lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la Fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí»? Gál. 2:20. Nada menos que esto es lo que corresponde a un cristiano verdadero. Se trata de algo demasiado miserable estar contento sólo con ser salvo, y luego seguir adelante abrazados con el mundo, viviendo para la satisfacción propia y en busca de los propios intereses.
Toda alabanza y gracias sean dadas a nuestro Dios, Él nos dio, en su amado Hijo, Todo lo que necesitamos para la conciencia, para el corazón, para el camino aquí -para el tiempo, con todos sus escenarios en constante mutación- para la eternidad, con sus eras incontables. Podemos decir: «Tú, oh CRISTO, eres Todo lo que necesitamos». No hay, ni puede existir, ninguna falencia en Cristo, el Hijo de Dios. Su expiación y Su intercesión permanente por nosotros, deben satisfacer Todos los anhelos de la conciencia más profundamente ejercitada. La poderosa atracción de su divina Person, deben satisfacer las más intensas aspiraciones y deseos del corazón. Y su inigualable revelación, La Palabra de Dios, la Biblia, contiene todo lo que podamos necesitar, de principio a fin, en nuestra carrera cristiana. - Charles Mackintosh