ENERO 21

"El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora". Salmo 91:3.
Dios libra a los suyos así: Los libra del lazo no permitiendo que caigan en él: y, si caen, los libra sacándolos fuera de allí. "Él te librará del lazo del cazador". ¿De qué manera? La aflicción es el medio más frecuente por el cual Dios nos libra. ÉL sabe que nuestra rebeldía terminará pronto en nuestra destrucción, y entonces en su misericordia, envía la vara. Nosotros decimos: "SEÑOR, ¿por qué me pasa esto?", ignorando que nuestra aflicción ha sido el medio para librarnos de un mal mayor. Muchos, por sus aflicciones y contrariedades, han sido librados de la ruina. En otras ocasiones Dios guarda a los suyos del lazo del cazador dándoles gran fortaleza espiritual, de modo que cuando son tentados a hacer lo malo digan: "¿Cómo es posible que yo haga este horrible mal y peque contra Dios?" Pero, ¡qué bendición es pensar que si el creyente, en mala hora, cae en el lazo, Dios lo sacará fuera de allí! ¡Oh, extraviado, debes estar triste, mas no desesperado! Aunque estés extraviado, oye lo que te dice tu Redentor: «¡Vuélvanse a mí, hijos rebeldes! ¡Yo sanaré sus rebeliones!» Jer.3:22. Tú dices que no puedes convertirte por ser un cautivo. Entonces escucha: " Él te librará del lazo del cazador". Tú serás sacado del mal en el cual has caído, el que te ama nunca te echará fuera. Jesús te recibirá y te dará gozo y alegría para que se recreen tus huesos abatidos. Ningún pájaro del Paraíso morirá en la red del cazador.
DE LA PESTE DESTRUCTORA: Dios que es Espíritu puede fácilmente protegernos de los malos espíritus. Dios que es misterio puede rescatarnos de los peligros más misteriosos. Dios que es inmortal puede librarnos de las enfermedades más letales. Dos pestilencias fatales, la del terror; pero si permanecemos en estrecha comunión con el Dios de verdad, seremos inmunes a ella. Y la del pecado que es aún más fatal; pero si moramos al lado de Aquél que es tres veces santo, es imposible que acabemos infectados. Y hasta de la pestilencia física de la enfermedad, logrará nuestra fe inmunizarnos si somos capaces de permanecer espiritualmente en el plano superior donde habita Dios, sentir paz interior, caminar sosegadamente y mostrarnos dispuestos a arriesgarlo todo por amor al deber. La fe infunde ánimo al corazón manteniéndolo a salvo del miedo; y todos sabemos que, en épocas de pandemia, el miedo es más dañino y letal que la propia plaga.
Ciertamente hay excepciones, no estamos protegidos de la enfermedad y la muerte en todos los casos, pero cuando un creyente habita al abrigo del Altísimo, morando bajo la sombra del Omnipotente Salmo 91:1. Sin duda protegerá su vida allí donde otros sucumben. Y si los creyentes no disfrutamos de tal protección es porque no vivimos tan cerca de Dios como deberíamos; como resultado no tenemos la confianza necesaria en la promesa. Por tanto, no es sobre el colectivo general de todos los creyentes que habla el canto del salmista, sino tan sólo sobre aquellos que habitan al abrigo del Altísimo, en su lugar secreto.
Y si morimos presas de la pandemia como los que no creen, es porque nos comportamos exactamente igual que ellos, no permitiendo que la paciencia en la fe tomara posesión de nuestras almas. Pero aún en estos casos sigue una diferencia marcada; y es que muy a pesar de que nos contagiamos como ellos y sucumbimos como ellos, por la misericordia divina, nuestra muerte es bendita, y acabamos bien, porque partimos para estar con el SEÑOR eternamente. Para el creyente, las pandemias y enfermedades infecciosas no son algo repulsivo y funesto, son más bien mensajeros del cielo. Charles Spurgeon