AGOSTO 8

"No
teman; estén quietos y vean la Salvación que el SEÑOR les dará hoy. El
SEÑOR peleará por ustedes, y ustedes estarán quietos. Éxodo 14:13-14
¡Preciosa seguridad! Y ¡cuán apropiada para tranquilizar el espíritu en presencia de las mayores dificultades y de los mayores peligros! El SEÑOR no se pone solamente entre nosotros y nuestros pecados, sino también entre nosotros y las dificultades en medio de las cuales nos encontramos. En el primer caso, nos da la paz de la conciencia; en el segundo, la paz del corazón. Estas dos cosas son completamente distintas como lo sabe todo cristiano experimentado.
Muchos cristianos tienen la paz de la conciencia, sin tener la paz del corazón. Ellos han visto a Cristo, por la gracia y por la fe, interpuesto entre ellos y sus pecados, con la divina eficacia de su sangre; pero no saben contemplar a Cristo, con la misma sencillez, entre ellos y las dificultades que les rodean. De esto resulta una diferencia esencial en la condición práctica de sus almas, así como en el carácter de su testimonio.Nada contribuye mejor a glorificar el nombre de Jesús que este reposo tranquilo del alma, que emana de la seguridad que tenemos de que Cristo está entre nosotros y todo aquello que pudiese ser causa de inquietud para nuestros corazones. "Tú guardarás en completa paz, a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha confiado". (Is. 26:3).
El pueblo de Israel se hallaba en la encrucijada de huir del Ejército de Faraón que los perseguía o cruzar el mar Rojo y ahogarse, y en medio de semejante situación, Dios habla por medio de Moisés: "No teman; estén quietos y vean la Salvación que el SEÑOR les dará hoy ". Éxodo 14:13 No parece tener sentido, pero esta es la dirección del SEÑOR para el creyente en tiempos de crisis. La desesperación te arrojará al piso, la cual te impedirá que te levantes. El temor te dirá que te retires. La impaciencia te dirá que hagas algo ahora. La presunción te dirá que te arrojes al Mar Rojo antes de que sea partido en dos. Aún así, Dios nos dice: "No teman, estén quietos y vean las cosas maravillosas que haré en favor de los que creen."
"¡Estén quietos!" He aquí el primer acto de la fe en presencia de la prueba. Para el incrédulo esto es imposible. Nuestra naturaleza querrá hacer algo; correrá de aquí para allá; quisiera tener una parte en la obra; y, si bien procura justificar y santificar sus actos, diciendo que "el fin justifica los medios", en realidad su obra no es más que el fruto directo de la incredulidad, que siempre excluye a Dios. La incredulidad crea o aumenta las dificultades, y luego, usa nuestros propios esfuerzos y nuestra ansiosa e infructuosa actividad, para formar una cortina de humo que nos impide ver la salvación de Dios.
La fe, al contrario, eleva el alma por encima de las dificultades, y le hace mirar a Dios directamente haciéndonos capaces por este medio de permanecer tranquilos. Esto es abandonarse totalmente en las manos de Dios. Nada adelantamos nosotros con nuestros esfuerzos y entrando en pánico. ¿Qué habría podido hacer Israel delante del mar Rojo? ¿Podía secarlo? ¿Podía allanar las montañas? ¿Podía destruir el ejército de Faraón? Nada de esto. Se encontraban encerrados dentro de un muro impenetrable de dificultades, ante cuya vista la naturaleza no podía hacer nada más que temblar y sentir su completa impotencia.
Lo
mismo sucede con nosotros, como pecadores, cuando, bajo el sentimiento
de malestar que produce el pecado pesando sobre la conciencia, estamos
tentados a recurrir a nuestros propios actos para obtener algún alivio.
Es entonces cuando precisamente debemos permanecer "quietos" a fin de
ver "la Salvación del SEÑOR". Porque, ¿qué hubiéramos podido hacer
nosotros en la obra de expiación por el pecado? ¿Habríamos podido estar
con el Hijo de Dios en la cruz? ¿Habríamos podido descender con Él al
"pozo de la desesperación y al lodo cenagoso"? (Salmo 40:2). No
habríamos podido jamás abrirnos camino hasta esa pena sobre la cual ha
afirmado sus pies en la resurrección. Todo espíritu recto reconocerá que
tal pensamiento sería una audaz blasfemia. Dios está solo en la
redención; y en cuanto a nosotros no tenemos más que estar "Quietos" y
ver "la Salvación del SEÑOR".
Para Dios el momento de actuar, es cuando la incredulidad ha sido echada fuera, Dios puede intervenir; y para poder contemplar sus actos, es necesario "estar quietos". Cada movimiento e intento de hacer algo por nuestra cuenta, impide que veamos la intervención divina en nuestro favor, y que nos gocemos en ella. -Charles Mackintosh