MAYO  7

08.07.2022

"Dios mío, mi alma está abatida en mí." Salmo 42:6

Las causas de nuestro abatimiento son muy numerosas. Algunas veces, se trata de un dolor corporal; alguna secreta enfermedad ha estado minando y socavando el propio vigor de nuestra vida, impide el sueño, distrae nuestra atención, nos despoja de consuelo y nos entristece. Puede ser alguna calamidad aplastante es la causa de la depresión del espíritu. Una prueba ha seguido a la otra, todas las esperanzas parecían perdidas. Todas las necesidades han permanecido, pero las provisiones fueron retiradas. En otros momentos, ha sido el luto el que los ha abatido de gran manera. O puede ser que han sido calumniados. Se ha hablado mal de su bien, sus motivos más puros han sido malinterpretados, sus aspiraciones más divinas han sido tergiversadas, y ustedes han estado como con un espada atravesada en sus huesos, mientras los maliciosos les dicen: "¿Dónde está tu Dios?" Salmo 42:3 A pesar de lo dolorosa que es esta enfermedad del abatimiento del alma, es frecuentemente de mucha ayuda para nuestro espíritu cuando nos vemos obligados a clamar, con David: "Dios mío, mi alma está abatida en mí." Con frecuencia, estar abatido es lo mejor que podría sucedernos. Me preguntarás: "¿Por qué?" Porque cuando estamos abatidos, nuestro orgullo es sofocado. Somos propensos a crecer demasiado; entonces es algo bueno que nos veamos obligados a descender un nivel o dos. Algunas veces nos elevamos tan alto en nuestra propia estimación, que, a menos que el SEÑOR nos quite algo de nuestro gozo, seríamos destruidos completamente por el orgullo. Si no fuera por este aguijón en la carne, querríamos ser exaltados más allá de toda medida. Existe una tendencia, en todos los pámpanos de la Vid viva y verdadera, de intentar dar fruto sin extraer ningún alimento del tallo; así que el Señor, cada vez y cuando, quita el flujo visible de la consolación divina, para que entendamos de manera consciente nuestra entera dependencia de Él.

Otro beneficio que obtenemos cuando somos abatidos es que nos prepara para identificarnos con los demás. Si nunca hubiéramos tenido problemas, seríamos muy pobres consoladores de otros. Muéstrenme a un hombre que no haya sufrido nunca una tribulación, y yo les mostraré a un hombre sin corazón. Dios nos libre del hombre que nunca haya tenido algún problema en toda su vida; pues, si no ha conocido nunca una tribulación, y nunca ha atravesado el horno de la aflicción, ha de ser un hombre de frío corazón y desprovisto de simpatía.

Si tienes algo que te perturba, el plan más sencillo para ti será, no que trates de resolver la dificultad, sino buscar dirección del cielo en relación a eso. Ve a Cristo tal como te encuentras, y refierele a Él la duda. Nunca traten de argumentar en contra suya, sino más bien pongan su caso en las manos de nuestro grandioso Abogado, Jesucristo el Justo. Pues, cuando terminamos con el yo, y echamos todos nuestros cuidados en Cristo, no nos queda ningún motivo para preocuparnos o turbarnos o angustiarnos. Generalmente somos mejores cuando pensamos que somos peores; cuando estamos vacíos es cuando estamos llenos; cuando estamos llenos es cuando estamos vacíos; cuando no tenemos nada, entonces tenemos todas las cosas; pero cuando nos imaginamos que somos "ricos, y que nos hemos enriquecido, y de ninguna cosa tenemos necesidad", somos semejantes a los de Laodicea, y no sabemos que somos "unos desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos." ¡Oh, pidamos gracia para resolver estos enigmas, y así vivir, día a día, fuera del yo, y apoyados en el Señor Jesucristo!

Cuando veo a un creyente, sentado, lamentándose y llorando porque no tiene esto y porque no tiene lo otro, pero cuando busco en las Escrituras y leo: "Todo es suyo... y ustedes de Cristo, y Cristo de Dios", y encuentro promesas como esta: "Todo lo que pidan en oración, creyendo, lo recibirán", o ésta: "Porque sol y escudo es el SEÑOR Dios; gracia y gloria dará el SEÑOR. No quitará el bien a los que andan en integridad", si no digo esto al que está murmurando sin causa, me lo digo a mí mismo, pues, con frecuencia, he sido un necio: "¡Oh, tú, insensato ego, cuán lento de corazón eres para creer! ¡Cuán insensato eres al estar sentado así, deplorando tu propio vacío, cuando Cristo es tuyo, con toda Su plenitud ilimitada, cuando el amor del Padre, y el poder del Espíritu, y la gracia del Salvador, están todos involucrados en llevarte con seguridad a través de tus tribulaciones, en liberarte de tus problemas, y depositarte triunfantemente en el cielo! " Ten buen ánimo, entonces, creyente atribulado y deprimido, y aplícate este sagrado remedio; recuerda al SEÑOR, refierele tu caso, y míralo para todo lo que necesites.

Ten presente que inmediatamente después de haber encontrado al Salvador, Jesucristo, y tus pecados fueron perdonados por Su causa. Bien, entonces, aunque tu alma está abatida dentro de ti ahora y no estás alabando hoy a tu SEÑOR, te pido que recuerdes aquella hora cuando conociste por primera vez Su amor, y digas: "Si nunca hubiese recibido más que una misericordia de Él, he de bendecirlo por ella en el tiempo, y a lo largo de toda la eternidad. ¡Cada día te alabaré! Ahora que Tu ira se ha alejado, Brotan consoladores pensamientos del sacrificio sangrante. Cuando la pena, como tenebrosa nube, se ha acumulado y ha tronado fuerte, Él siempre ha estado cerca de mi alma. Su misericordia, ¡oh cuán buena es! Aquí me sentaré para siempre viendo ríos de misericordia en los arroyos de sangre; ¡Preciosas gotas!, que riegan mi alma, Intercedan y reclamen mi paz con Dios. En verdad bendecida es esta estación, Humilde delante de la cruz me quedo; Mientras veo a la compasión divina flotando en Sus ojos." -C. Spurgeon