AGOSTO  6

17.11.2022

Jacob ordenó a su familia y a todos los que estaban con él: " Desháganse de los dioses ajenos que hay entre ustedes; purifíquense y cambiénse de ropa, y preparémonos para ir a Betel. Allí haré un altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia, y que me ha acompañado por dondequiera que he andado." Génesis 35:2-3

El SEÑOR no dejó a Jacob en Siquem en medio de las malas y corruptas influencias, le ordenó: "Levántate y sube a Betel". Gén. 35:1 Esta orden de Dios confirma el principio que donde hay caídas o decadencia espiritual, el SEÑOR llama al alma para que vuelva a Él. "¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y haz las primeras obras." Apoc. 2:5. Este es el principio divino para la Restauración. Es preciso que el alma vuelva a su estado más elevado, que sea restablecida al nivel de la medida divina. El SEÑOR no dice: "Recuerda el puesto en que estás", si no: "¡Recuerda de dónde has caído!" Solo de este modo puede comprender hasta qué punto se descarrió, cuán profundamente cayó y cómo puede volver. Y cuando así seamos restaurados a la gloriosa y santa medida de Dios, tan solo entonces podremos juzgar la gravedad del mal de nuestra condición de decadencia.

Qué cúmulo de espantoso mal se había aglomerado en la familia de Jacob, antes de que fuera despertada el alma de Jacob por estas palabras: "Sube a Betel" No era en Siquem, en medio de su atmósfera penetrada de elementos impuros, donde Jacob podía descubrir todo ese mal y discernir su naturaleza verdadera. Pero, desde el momento en que Dios le ordena que suba a Betel, Jacob dice: "Desháganse de los dioses ajenos que hay entre ustedes; purifiquense y cámbiense de ropa, y preparémonos para ir a Betel. Allí haré un altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia, y que me ha acompañado por dondequiera que he andado." Bastaba la mención de la casa de Dios para hacer vibrar una cuerda en el alma del patriarca, haciéndole repasar en un abrir y cerrar de ojos la historia de veinte años llenos de vicisitudes. Fue en Betel, no en Siquem, donde había aprendido a conocer a Dios, y, por lo mismo, es preciso que vuelva allí y levante altar sobre un principio del todo diferente y bajo nombre diferente al de su altar de Siquem, el cual estaba relacionado con toda clase de impurezas e idolatría.

Es muy importante entender que no hay nada que nos pueda mantener en un estado de separación del mal, firme e inteligentemente, como el reconocimiento de lo que es "la casa de Dios" (nuestro corazón es la casa de Dios) y de lo que conviene a esta casa. Si no miro a Dios más que respecto a mí mismo, no tendré nunca conocimiento pleno y divino de todo lo que resulta de una justa apreciación de la relación que existe entre Dios y su casa. Hay personas que se preocupan poco por el hecho de hallarse asociadas a lo que es impuro en la adoración que rinden a Dios. En otras palabras, creen poder adorar en Siquem, pensando que un altar llamado: "Dios, el Dios de Israel" ( Gén. 33:20) es tan elevado y tan bueno, según Dios, como un altar llamado: "Dios de Betel". Este es un error, porque existe una gran diferencia espiritual, entre la condición de Jacob en Siquem y su condición en Betel, diferencia igual a la existente entre los dos altares.

Nuestras ideas respecto a la adoración a Dios, corresponden necesariamente con nuestro estado espiritual; y la adoración será pobre o elevada en proporción al modo en que hayamos sabido comprender el carácter de Dios y la relación que sostenemos con Él. La adoración al "Dios de Betel" es más elevada y profunda, que la adoración al «Dios de Israel» porque el primero se relaciona con una idea de Dios más elevada que la del otro, ya que Dios, en este último, en lugar de ser conocido como el Dios de su casa, no aparece más que como el Dios de un solo individuo. El alma no puede menos que sentirse dichosa cuando considera el carácter de este Dios que se pone en relación con cada una de las piedras del edificio y cada uno de los miembros de su cuerpo por separado. Toda piedra en el edificio de Dios es una "piedra viva", unida a "la Piedra viva", teniendo comunión con el "Dios vivo" por el poder del «Espíritu de vida» (1 Ped. 2:4; Rom. 8:2:10).

El llamamiento hecho a Jacob para que vuelva a Betel, encierra también otra idea; "y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú." Es bueno que a menudo se nos traiga a la memoria lo que éramos en la época de nuestra vida en la cual nos veíamos desechados. Así Samuel, recordó a Saúl el tiempo en que era "pequeño a sus propios ojos" (1 Sam. 15:17); y cada uno de nosotros necesita recordar con frecuencia de cuando era "pequeño a sus propios ojos". Cuando somos pequeños a nuestros propios ojos, el corazón se apoya de verdad en Dios. Después, se enaltece el corazón y es preciso que el SEÑOR vuelva a hacernos sentir nuestra nulidad. Al principio en nuestra relación con el SEÑOR, ¡Cuánto siente el alma su debilidad y falta de capacidad! Y, por consiguiente, ¡cuánta necesidad siente de depender solo de Dios! ¡Cuánta oración ferviente le dirige para obtener poder y auxilio! Y después de habernos ocupado bastante tiempo en la obra, empezamos a pensar que podemos depender de nosotros mismos; por lo menos, no tenemos la misma sensación de debilidad y la misma sencilla dependencia de Dios. De ello resulta que nuestro amor al SEÑOR es pobre, superficial, lleno de palabrerías, destituido de unción y de poder, porque ya no fluye de la fuente inagotable del Espíritu, sino de nuestros propios vanos pensamientos.

Por lo cual, es necesario volvernos al SEÑOR, purificarnos y cambiarnos de ropa, destruyamos los ídolos de nuestro corazón, y de todo aquello nos impide buscar al SEÑOR de corazón, cambiemos nuestras ropas sucias de pecado, y "vistamónos del nuevo hombre, Cristo, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad." Ef.4:24, y preparémonos para ir a Betel. Allí haremos un altar a Dios.... -Charles Mackintosh