ABRIL 28

"No te dejaré, si no me bendices." Génesis 32:26
Jacob ganó la victoria y recibió la bendición no luchando sino aferrándose. Se había desencajado su cadera y no podía continuar luchando, pero no permitió que su adversario se marchara. Ante la imposibilidad de forcejear, se abrazó al cuello de su misterioso opositor y puso en él todo el peso de su impotencia, hasta que por fin venció. En nuestras oraciones tampoco podemos obtener ninguna victoria, hasta que cesamos de luchar y renunciemos a nuestra voluntad, abrazándonos al cuello de nuestro Padre Celestial, aferrándonos a ÉL con FE.
¿Qué pueden nuestras débiles capacidades humanas arrancar por la fuerza de las manos del Omnipotente? ¿Podemos arrancar por la fuerza las bendiciones divinas? La violencia basada en una voluntad fuerte de nuestra parte jamás prevalecerá ante EL. Lo que obtiene bendiciones y victorias es el poder de la Fe que se aferra a ÉL. La Victoria no se obtiene aplicando presión o insistiendo que se cumpla nuestra voluntad, Se logra cuando la humildad y la confianza se unen y dicen, "No mi voluntad, sino la Tuya." Solamente tenemos poder con Dios en la medida en que nuestro "yo" es conquistado y muerto. Las bendiciones no vienen por luchar, sino cuando nos aferramos al SEÑOR con Fe -J. R. Miller.
Jacob venció gracias a la persistencia con que se aferró del SEÑOR, aunque había sido herido. Cuando somos más débiles es cuando somos más fuertes. Uno débil, quebrantado y herido como Jacob podía retener a Dios de manera que no lo habría conseguido uno fuerte, y aún más, lograr lo que quería. "El poder de Dios se perfecciona en la debilidad....Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte." 2 Corintios 12:10
"La oración mueve el brazo que mueve el mundo. ¡Oh, que recibamos gracia para sujetar al Dios Todopoderoso como Jacob! Necesitamos una oración que se aferre firmemente; una oración que realice más forcejeos y agarrones, una oración luchadora que diga: "No te dejaré, si no me bendices." Este cuadro de Jacob bastará para que entendamos: El ángel del pacto está allí, y Jacob necesita una bendición de él, pero las negativas no le servirán a Jacob. El ángel se esfuerza por escapar de él, y jalonea y lucha; pero ningún esfuerzo suyo hará que Jacob relaje su agarre. Al final el ángel pasa de la lucha ordinaria a herir a Jacob y está dispuesto a perder su muslo y a perder sus miembros, pero no dejará que el ángel se vaya. La fortaleza del pobre hombre se redujo cuando se le dislocó la cadera, pero sigue siendo fuerte en su debilidad: rodea con sus brazos al hombre y lo sujeta como con un abrazo mortal. Entonces el hombre al darse cuenta que no lo soltará dice: "Déjame ir, porque el día ya amanece." Gén.32:24-26 Noten bien que no se lo quitó de encima con fuertes sacudidas, sino como pidiendo permiso dice: "Déjame ir". El valiente Jacob exclama: "No, yo tengo un objetivo, estoy resuelto a conseguir una respuesta a mi oración. "No te dejaré ir, si no me bendices."
Ahora bien, cuando el creyente comienza a orar, pudiera ser que al principio el SEÑOR haga como si quisiera seguir adelante y podríamos temer que no recibiremos ninguna respuesta. Manténte firme, sigue constante e inamovible a pesar de todo. Puede ser que más tarde, poco a poco, vengan desalientos allí donde esperábamos un éxito rotundo; descubriremos que algunos ponen obstáculos, que otros están dormitando y que otros se entregarán al pecado; abundarán las almas rebeldes e impenitentes; pero no hemos de desviarnos. Hemos de tener una mayor avidez. Y si llega a suceder que tú mismo desfalleces y que nunca antes haz estado tan débil como ahora, aún así manténte aferrado, pues cuando el músculo se encoge, la victoria está cerca. Sujétate con una mayor fuerza y como nunca. Y sea esta nuestra resolución: "No te dejaré, si no me bendices."
Recuerda que mientras más demore en venir la bendición, más rica será cuando llegue. Lo que se gana con presteza mediante una sola oración es algunas veces solo una bendición de segunda clase; pero lo que es ganado después de un estira y encoge desesperado y de muchos esfuerzos tremendos, es una bendición plena y preciosa. La bendición que nos cuesta la máxima oración valdrá más. Si somos perseverantes en la suplica ganaremos una bendición más amplia y de mayor alcance para nosotros mismos, para la iglesia, y para el mundo. Yo quisiera que estuviera en mi poder motivarlos a todos ustedes a una oración más ferviente; pero debo dejar eso al grandioso Autor de toda verdadera súplica, es decir, al Espíritu Santo. Pedimos que obre en nosotros poderosamente por Jesucristo nuestro SEÑOR. Amén- C. Spurgeon