JULIO 2

13.10.2022

«Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios» Éxodo 3:1

¡Qué cambio en la vida de Moisés! Habiendo sido instruido "en toda la sabiduría de los egipcios", Hechos 7:22, fue trasladado desde el palacio de Egipto, a una montaña en "el desierto" para apacentar un rebaño de ovejas. Seguramente, no es ese el modo de obrar del hombre (2 Sam. 7:19), ni el curso natural de las cosas; es un camino incomprensible para la carne y la sangre. Nosotros habríamos podido creer que la educación de Moisés estaba terminada en el momento en que se halló en posesión de toda la sabiduría de los egipcios y gozando al mismo tiempo de las ventajas que le ofrecía a este efecto la vida de la corte. Nosotros habríamos podido suponer que, en un hombre tan privilegiado, hallaríamos no solo una instrucción sólida y extensa, sino también una distinción tal en sus maneras, que le harían apto para cumplir toda especie de servicio. Pero la preparación divina no tiene que ver con nada de esto. Ver a un hombre tan bien dotado e instruido, abandonando su alta posición para ir a apacentar ovejas en el desierto, es algo incomprensible para el hombre, algo que humilla su orgullo y su gloria hasta el polvo, manifestando que las ventajas humanas tienen poco valor delante de Dios, menos que esto, todas ellas son consideradas como «basura» comparado con el supremo valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. (Fil. 3:8), y delante de aquellos que se han preparado en Su escuela.

Hay una inmensa diferencia entre la enseñanza humana y la divina. La primera tiene por fin el cultivar y enaltecer la naturaleza humana, mientras que la segunda empieza por «secarla» y hacerla a un lado; "Toda hombre es como la hierba, y todo su esplendor es como la flor del campo." (Is. 40:6-8; 1 Pe. 1:24). "Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede conocer, porque se disciernen espiritualmente" (1 Cor. 2:14). Puedes esforzarte tanto como quieras en educar e instruir al hombre natural, sin que jamás logres a hacer de él un hombre espiritual. "Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Juan 3:6). Si alguna vez el hombre natural cultivado ha podido esperar tener éxito en el servicio de Dios, ese fue Moisés: él era "grande", "sabio", "poderoso en palabras y en obras" (Hec.7:22); y él, sin embargo, debía aprender alguna cosa más "en el desierto", que las escuelas de Egipto no le habrían enseñado nunca. Pablo aprendió en Arabia lo que jamás habría aprendido a los pies de Gamaliel. Nadie puede enseñar como Dios, y es necesario que todos los que quieran aprender de él, estén a solas con él. Moisés recibió en el desierto las lecciones más preciosas, más profundas, más poderosas y más durables; y es allí donde deben encontrarse todos los que quieran ser formados para la vida piadosa.

El tiempo pasado en la corte podía serle útil, pero el tiempo viviendo en el desierto le era indispensable. Nada puede reemplazar la comunión secreta con Dios, ni la educación que se recibe en su escuela y bajo su disciplina. "Toda la sabiduría de los egipcios" no le habría hecho apto para el servicio al cual él debía ser llamado. Habría podido seguir una brillante carrera en las escuelas de Egipto, y salir de ellas cubierto de honores literarios, con la inteligencia enriquecida con vastos conocimientos, y el corazón lleno de orgullo y vanidad. Habría podido tomar sus títulos en la escuela de los hombres, sin haber aprendido aún el A, B, C, en la escuela de Dios. Porque la sabiduría y la ciencia humana, por mucho valor que tengan, no pueden hacer de un hombre un siervo de Dios, ni dar la aptitud necesaria para cumplir un deber cualquiera en el servicio divino. Los conocimientos humanos pueden hacer capaz al hombre no regenerado para llenar un papel importante delante del mundo; pero es necesario que aquel que Dios quiere emplear en su servicio, esté dotado de cualidades bien diferentes, que solo se adquieren en el santo retiro de la presencia de Dios.


Que el SEÑOR te permita conocer por tu propia experiencia lo que significa estar "en el desierto", en ese lugar sagrado, donde la naturaleza humana es humillada hasta el polvo, y donde Dios es exaltado. Allí, los hombres y las cosas, el mundo y el "yo", las circunstancias presentes y su influencia, todo es estimado a su justo valor. Solo allí hallarás una balanza puesta en el SEÑOR, justa y propia para pesar todo lo que hay en tu interior, así como lo que te rodea. Allí no hay falsos colores, ni galas ficticias, ni vanas pretensiones. El enemigo de las almas no tiene el poder de dorar la arena de ese santo lugar. Todo es realidad, los pensamientos del corazón son justos en todas las cosas, y se elevan por encima de la febril influencia de los negocios del mundo. El tumulto aturdidor, la agitación, y la confusión de Egipto, no penetran en ese lugar retirado; no se oye el ruido del mundo comercial y financiero; el ambiente no está impregnado de ambiciones; la tentación de la gloria mundana desaparece y la sed de oro no se deja sentir. Los ojos no son oscurecidos por la sensualidad; el corazón no se hincha de orgullo; la adulación de los hombres no envanece, ni sus censuras desaniman. En una palabra, todo es puesto a un lado, excepto la luz y la calma de la presencia divina; solo la voz de Dios se deja oír; su luz gloriosa ilumina; sus pensamientos son recibidos en el corazón. Quiera Dios que todos los que aparecen en escena para servir en público conozcan por experiencia lo que es respirar la atmósfera de este santo lugar. Entonces habría menos intentos infructuosos en el ejercicio del ministerio, pero en cambio, este sería más eficaz para la gloria de Cristo. La mano del hombre es inhábil para formar un "vaso para honra, santificado, útil para el SEÑOR" (2 Tim. 2:21). Solo Dios es capaz de ello.

Tal es el lugar donde deben ir todos los que quieran seguir a Cristo, y donde deben quedarse si desean trabajar con éxito en la obra. deben ser apartados al desierto para ser preparados en la Escuela de Dios: Moisés en Horeb, Elías en el arroyo de Querit, Ezequiel junto al río de Quebar, Pablo en Arabia y Juan en la isla de Patmos. Y si consideramos a Jesús, el Siervo Divino, vemos que el tiempo que pasó en el retiro fue diez veces mayor que el de su ministerio público. Aunque Jesús fue perfecto en inteligencia y voluntad, pasó treinta años en el humilde hogar de un pobre carpintero de Nazaret antes de manifestarse al pueblo. Y luego, una vez emprendida su obra, ¡cuántas veces le vemos alejarse de las miradas de los hombres, "se retiraba a lugares solitarios", para gozar de la dulce y santa presencia de su Padre! - Charles Mackintosh