JUNIO 2

Y Dios le dijo: «Toma ahora a Isaac, tu único hijo, al que tanto amas, y vete a la tierra de Moriah. Allí me lo ofrecerás en holocausto, sobre uno de los montes que yo te diré.» Génesis 22:1
Abraham fue sometido a una de
las pruebas más penosas, bajo la mano de Dios mismo. Hay pruebas de diferentes
clases: pruebas cuyo autor es el diablo, pruebas que nacen de las
circunstancias exteriores; pero la mayor de todas en su naturaleza, es la
prueba que viene directamente de Dios, cuando pone a su hijo amado en el horno
para probar la realidad de su fe. Dios lo hace porque desea la realidad. No
basta decir: «¡Señor, Señor!» (Lucas 6:46) o «Sí, Señor, yo voy, y no fue»
(Mat. 21:30). Es preciso que el corazón sea probado hasta el fondo, a fin de
que en él no se esconda algún elemento de hipocresía o de falsa profesión.
Dice Dios: «Dame, hijo mío, tu
corazón» (Prov. 23:26); no dice: "Dame tu cabeza, tu inteligencia, tus talentos
o tu dinero", sino: «Dame... tu corazón». Y, a fin de probar la sinceridad de
nuestra respuesta a las órdenes de su gracia, pone su mano sobre lo que toca de
más cerca el corazón. Dijo a Abraham: «Toma ahora a Isaac, tu único
hijo, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah. Allí me lo
ofrecerás en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré». Esto,
por cierto, era tocar de cerca el corazón de Abraham; era ponerle en el mismo
fondo del fuego. Dios ama «la verdad en lo íntimo» (Sal. 51:6). Puede haber mucha
verdad en los labios de una persona y en su inteligencia; pero Dios la busca en
el corazón. Las habituales pruebas de amor no le bastan. Él mismo no se
contentó con darnos una ordinaria prueba de su amor, sino que nos dio a su
Hijo. Y nosotros, deberíamos aspirar a dar notables pruebas de nuestro amor al
que así nos amó, aunque estábamos muertos en nuestros delitos, nos
dio vida juntamente con Cristo. Ef.2:5
De todos modos, es bueno que
nos demos cuenta que Dios, al probarnos así, nos honra grandemente. No
leemos que Dios haya probado a Lot. No; pero Sodoma le puso a prueba. No llegó
nunca a bastante altura como para poder ser probado por la mano de Dios. El
estado de su alma era demasiado visible para que se necesitara el horno a fin
de hacerle manifestar su carácter. Sodoma no hubiese ofrecido ninguna tentación
a Abraham. Su entrevista con el rey de Sodoma (Gén. 14) es manifiesta prueba de
ello. Dios sabía que le amaba infinitamente más que a Sodoma, pero quería poner
en evidencia que su siervo le amaba más que a toda otra cosa, poniendo Su mano
sobre el objeto que le era más querido en la vida. Esto es, para ver si le
amaba sobre todas las cosas de este mundo. Amarás al SEÑOR tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.Mat.22:37
«Toma ahora a Isaac, tu
hijo único». Sí, Isaac, el hijo de la promesa, Isaac, el objeto de la esperanza
tan largo tiempo esperado, el objeto del amor de padre, y ese en quien todas
las naciones de la tierra iban a ser benditas. Es preciso que este Isaac sea ofrecido
como holocausto. Eso sí que era poner a prueba la fe, para que esta prueba,
«mucho más preciosa que el oro perecedero que es probado con el fuego, sea
hallada para alabanza, gloria y honor» (1 Ped. 1:7). Si Abraham no se hubiera
apoyado simplemente y de todo corazón en el Señor, no podría haber obedecido
sin vacilar a un mandato que le sometía a una prueba profundísima. Pero Dios
era el sostén vivo y permanente de su corazón; esta es la razón por la cual
Abraham estaba dispuesto a abandonarlo todo por él.
El alma que ha encontrado en
Dios «todas sus fuentes» (Sal. 87:7), puede, sin vacilar, abandonar todas las
cisternas humanas. Podemos prescindir de la criatura solo en la proporción en
que nos hayamos relacionado con el Creador, y no más allá. Querer abandonar las
cosas visibles sin tener la energía de la fe que se apropia de las cosas
invisibles, resulta el trabajo más estéril que se pueda imaginar ¡Es imposible
lograrlo! El alma retendrá a su Isaac querido hasta que haya encontrado en Dios
su Todo. Pero cuando podemos decir por la fe: «Dios es nuestro amparo y
fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones», entonces podemos
añadir también: «Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se
traspasen los montes al corazón del mar» (Sal. 46:1-2).- Charles Mackintosh