NOVIEMBRE 25

«Sobre zafiros te fundaré.Tus ventanas pondré de piedras preciosas...» Isaías 54:11-12
No solo lo que se ve de la Iglesia de Dios es hermoso y precioso. Sus cimientos, por ejemplo, no se ven y, mientras permanecen firmes, no es posible valorarlos; sin embargo, en la obra del SEÑOR, todo forma un solo bloque: nada es despreciable, nada es insignificante. Los profundos cimientos de la obra de gracia son preciosos como zafiros; ninguna mente humana es capaz de medir su gloria. Nosotros edificamos sobre el pacto de gracia, que es más firme que el diamante y tan duradero como las joyas sobre las cuales los años pasan en vano. Los cimientos de zafiro son eternos y el pacto también permanece para siempre.
Otro cimiento limpio e inmaculado, eterno y hermoso como el zafiro, es la persona del SEÑOR Jesús, que funde en uno el azul del profundo y turbulento océano con el azul del dilatado firmamento. Una vez pudo compararse a nuestro SEÑOR con el rubí, cuando estaba cubierto con su propia sangre, pero ahora lo vemos radiante con el suave color azul de un amor abundante, profundo, eterno. Nuestra esperanza perpetua está fundada en la justicia y la fidelidad de Dios, que es diáfana y transparente como el zafiro. No somos salvos por compromiso, ni por una gracia que anule la justicia, ni por una ley que suspenda sus funciones; no, nosotros desafiamos al ojo del águila a que descubra, si puede, siquiera una grieta en el fundamento de nuestra confianza; nuestro cimiento es de zafiro y resistirá al fuego.
El SEÑOR mismo ha colocado el fundamento de la esperanza de su pueblo. Nosotros debiéramos inquirir seriamente para ver si nuestra esperanza está cimentada sobre esa base. Las buenas obras y las ceremonias no constituyen un fundamento de zafiro, sino de madera, heno y hojarasca; además, no fue Dios quien las puso, sino nuestra propia vanagloria. Dentro de poco, todos los fundamentos serán probados, ¡y pobre de aquel cuya elevada torre se derrumbe con estrépito por haberla cimentado en la arena movediza! El que está fundado sobre zafiros, puede aguardar las tormentas o el fuego con serenidad, porque soportará la prueba.
La Iglesia(nosotros los creyentes) está muy convenientemente simbolizada por un edificio levantado con el poder celestial y diseñado con habilidad divina. La casa espiritual no debía ser oscura, pues los israelitas necesitaban luz en sus habitaciones; debía tener, por tanto, ventanas para que la luz entrase en dichas habitaciones y sus moradores pudieran ver. Estas ventanas son preciosas como las ágatas. Los medios por los cuales los creyentes contemplan a su SEÑOR, como también el Cielo y la verdad espiritual en general, han detenerse en alta estima.
Las ágatas no son las más transparentes de las gemas; a lo sumo, son solo semitransparentes. La Fe es una de estas preciosas ventanas de ágata, ¡pero ay, está frecuentemente tan turbia y velada que solo podemos ver oscuramente y confundimos muchas de las cosas que vemos! No obstante, si no podemos mirar a través de ventanas de diamante y conocer como fuimos conocidos, resulta glorioso contemplar al que es enteramente Amable aunque el vidrio sea nebuloso como el ágata.
La experiencia es otra de esas opacas pero preciosas ventanas que nos dan una luz religiosa débil, por medio de la cual, a través de nuestras aflicciones, vemos los sufrimientos del Varón de Dolores. Nuestros débiles ojos no podrían soportar las ventanas de vidrios transparentes que dejan entrar la gloria del Señor; pero, cuando tenemos los ojos empañados por las lágrimas, los rayos del Sol de Justicia se ven atemperados y alumbran a través de las ventanas de ágata con suave resplandor, alentando indeciblemente a las almas tentadas. La santificación, que nos conforma a nuestro SEÑOR, es otra ventana de ágata.
Solo a medida que nos vamos transformando en seres celestiales comprendemos las cosas celestiales: el puro de corazón ve a un Dios puro; los que son como Jesús le ven tal y como él es. Ya que somos muy poco semejantes a Jesús, nuestra ventana es solo de ágata. Damos gracias a Dios por lo que tenemos, y ansiamos más. ¿Cuándo veremos a Dios y a Jesús, el Cielo y la verdad, cara a cara? -C.Spurgeon