SEPTIEMBRE 23

"Este es mi consuelo en la aflicción: Que Tu palabra me ha vivificado". Salmo 119:50
Es la Palabra de Dios que consuela. Buscamos la consolación en cualquier otra parte, en lugar de buscarla en la palabra de Dios. Acudimos a nuestros vecinos, o a nuestros parientes, y clamamos: "¡Tengan piedad de mí, tengan piedad de mí, oh amigos míos!" y terminamos con el lamento: "Consoladores molestos sois todos vosotros." Nos volvemos a las páginas de nuestra vida pasada y allí buscamos el consuelo, pero esto también podría fallarnos. Aunque la experiencia es una legítima fuente de consuelo, con todo, cuando el cielo está oscuro y nublado, la experiencia es propensa a administrar una renovada turbación. Si acudimos de inmediato a la Palabra de Dios, y la escudriñamos hasta encontrar una promesa adecuada para nuestro caso, encontraríamos alivio. Todas las cisternas se secan; sólo la Palabra es fuente que fluye siempre. La próxima vez que estés turbado, toma tu Biblia y dile a tu alma: "Alma, escucha lo que Dios dice; Él promete paz a su pueblo y a sus fieles...." Salmo 85:8
Hay una promesa en la Biblia que se ajusta a tu situación, como una llave se ajusta a las guardas de una cerradura. Todas las puertas de la desesperación se abrirán con esa llave llamada Promesa, con sólo que un hombre sepa cómo sostenerla firmemente, y girarla sabiamente, hasta que el pasador se desplace. "Ella es mi consuelo en mi aflicción," dice el Salmista, es decir, la propia Palabra de Dios. Acude presuroso a este consuelo en todo tiempo de aflicción; familiarízate con la Palabra de Dios, para que puedas hacerlo. A mí me ha resultado muy útil llevar en mi bolsillo "Las Preciosas Promesas" y recurro a ese libro en la hora de la tribulación. Si vas al mercado y hay la probabilidad de que hagas una transacción que requiera un pago de inmediato, siempre llevas contigo un talonario de cheques; de igual manera lleva contigo las preciosas promesas para que puedas recurrir a la palabra que se adapte a tu caso. He buscado las promesas para los enfermos cuando me he encontrado en esa condición, o he recurrido a las promesas para los pobres, para los abatidos, para los cansados, y casos similares, de acuerdo a mi propia condición, y siempre he encontrado una Escritura apropiada para mi caso.
No es la letra, sino el espíritu, lo que es nuestro consuelo real. No miramos el exterior del Libro, sino al Testigo viviente dentro de él. El Espíritu Santo se encarna en estas benditas palabras y obra en nuestros corazones, de tal manera que somos vivificados por la Palabra. Es eso lo que constituye el verdadero consuelo del alma. Cuando leen la promesa y es aplicada con poder a ustedes; cuando leen el precepto y obra con fuerza en su conciencia; cuando leen cualquier parte de la Palabra de Dios y le da vida a su espíritu, es entonces que reciben un consuelo de ella. Algunos leen un cierto número de capítulos por día, pero esa lectura puede ser realizada tan mecánicamente que no se deriva ningún bien de ella. Cuando leas la Palabra necesitas orar fervientemente para que te vivifique, pues de otra manera no te consolará. El consuelo viene así: la Palabra de Dios nos ha vivificado en días pasados. Ha sido una palabra de vida. En nuestra aflicción, por tanto, nosotros recordamos cómo Dios nos sacó de la muerte espiritual y nos dio vida, y eso nos anima. Si puedes decir: "Por grande que sea el dolor y la aflicción que experimente, yo soy un hijo viviente de Dios," entonces tienes un manantial de consuelo.
Algunos han experimentado una larga enfermedad. Tal vez hayan sido indolentes mientras gozaban de salud, pero la enfermedad les ha hecho sentir el valor de la promesas de Dios, el valor de la bendición del pacto, y entonces han clamado pidiéndole esas cosas a Dios. Pudieran haber estado preocupados antes por los afanes mundanos, pero se vieron obligados a desprenderse de ellos en el tiempo de la enfermedad, y su única preocupación ha sido estar más cerca de Cristo y recostarse como Juan apaciblemente en el regazo de su SEÑOR. Otros estando en la prosperidad, difícilmente oraban; pero les garantizo que oraron cuando estaban a punto de morir y languidecían a las puertas de la muerte. Su aflicción vivificó sus oraciones. Tenemos que ser cortados con el filoso cuchillo de la aflicción, pues sólo entonces puede usarnos el SEÑOR.
Nuestras aflicciones tienen el propósito de ejercer una acción saludable en nuestras almas; por ellas recibimos avivamiento espiritual y el consuelo fluye así en nuestro interior. Sería algo placentero contar siempre con un sendero llano en nuestra ruta al cielo, y no encontrar nunca ni una roca en el camino; pero aunque fuera placentero, podría no ser seguro. Si fuera muy cómodo el camino me temo que no llegaríamos nunca al cielo, pues nos dilataríamos demasiado en el camino. Dichoso aquel que está en el Valle de la Humillación, pues "el que está en el suelo no teme caer"; pero su felicidad dependerá en gran manera de cómo se vino abajo. Anda con cuidado, tú que estás en la cima de los montes del deleite y de la prosperidad. ¡Ve despacio, no sea que por ventura tus pies se deslicen y sufras algún daño! Ser vivificados es lo que necesitamos, y si lo obtenemos, incluso aunque nos llegue a través de la tribulación más aguda, podemos aceptarla apaciblemente.
Entonces, en todo momento, tu consuelo y el mío es la Palabra de Dios que es depositada en nuestros corazones por Dios y el Espíritu Santo, que nos vivifica para el crecimiento de nuestra vida espiritual. No traten de huir de sus tribulaciones; no se inquieten por sus afanes; no esperen que este mundo produzca rosas sin espinas; no esperen impedir que broten los cardos y las espinas; oren pidiendo ser vivificados; pidan que les venga esa vivificación, no por medio de nuevas revelaciones ni por una fanática excitación, sino por la propia Palabra de Dios apaciblemente aplicada por Su propio Espíritu. Así vencerán todas sus pruebas, y triunfarán en sus dificultades, y entrarán en el cielo entonando aleluyas para el Señor que da la victoria. "Este es mi consuelo en la aflicción, que tu palabra me ha vivificado."- C.Spurgeon