OCTUBRE  2

13.10.2021

Reconoce en tu corazón que, así como un padre disciplina a su hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti. Deuteronomio 8:5

No nos gusta ser castigados; no es agradable, sino doloroso. Bueno es que un hijo reciba alimentos y vestidos de mano de su padre, y que tenga todas sus necesidades satisfechas por el cuidadoso amor de su padre, pero no le agrada ver que el padre toma la vara. No obstante, esa temida vara quizá sea lo más conveniente para el hijo; puede hacer por él lo que los beneficios materiales o bienestar terreno no pueden hacer; puede corregir alguna mala costumbre, o apartarlo de alguna mala tendencia, o salvarlo de una influencia perjudicial, y ser de este modo una gran bendición moral y espiritual, por lo cual habrá de estar siempre agradecido. Lo importante es que el hijo vea el amor y el cuidado tan claramente en la disciplina y el castigo como los ve en los varios beneficios materiales que son esparcidos por su camino día tras día.

Aquí precisamente es donde tan señaladamente fracasamos respecto a los tratamientos disciplinarios de nuestro Padre. Nos regocijamos por los beneficios que nos da y por sus bendiciones; rebozamos de alabanza y gratitud al recibir, día tras día, de Su mano benigna, su rica provisión para todas nuestras necesidades; nos deleitamos al meditar en sus maravillosas intervenciones a nuestra favor en tiempos difíciles. Todo esto es muy bueno, muy justo y muy precioso; pero existe el peligro de que nos atengamos a las mercedes, las bendiciones y los beneficios que fluyen tan ricamente del amante corazón de nuestro Padre y de su bondadosa mano.

Estamos muy dispuestos a sentirnos conformes con estas cosas, y a decir con el salmista: "En mi prosperidad dije: No seré conmovido." Salmo 30:6 En nuestra prosperidad somos muy propensos a auto exaltarnos, nos sentimos tan fuertes y autosuficientes, atribuyendo el éxito a nuestros propios esfuerzos y habilidad, más que a Dios. Y nos sentimos tan seguros que pensamos que la adversidad nunca nos afectará. Permitimos que estas cosas se interpongan entre el SEÑOR y nuestros corazones y lleguen a ser un lazo contra nosotros. De ahí la necesidad del castigo.

Nuestro Padre, gracias a su fiel amor y cuidado, vela por nosotros; ve el peligro y manda la prueba de una forma u otra. Puede ser la muerte de un ser querido, la quiebra de un banco que significa la pérdida de todos nuestros intereses terrenos. Puede ser que estemos postrados por el dolor o la enfermedad, o que debamos velar junto al lecho de un familiar querido. Entonces el enemigo sugiere la pregunta: "¿Es esto amor?" La fe responde sin titubear y sin reservas "¡Sí!", todos los pesares, todos los apremios, toda la ansiedad, las aguas profundas y las negras sombras, todo, todo ello es amor, perfecto amor e infalible sabiduría.

Estoy seguro de esto ahora mismo; no espero a saberlo después, cuando vuelva la mirada atrás estando rodeado de la plena luz de la gloria; lo sé ya, ahora, y me alegro de reconocerlo para alabanza de aquella gracia infinita que me levantó de lo profundo de mi ruina y se encargó de todo lo que a mí se refiere, y que digna ocuparse de mí cuando estoy en medio de mis faltas, locuras y pecados, a fin de librarme de ellos, hacerme partícipe de la santidad divina y moldearme a la imagen de Cristo quien me «amó y se entregó a sí mismo por mí». Gal. 2:20 Esta es la manera de responder a Satanás y acallar los oscuros razonamientos que puedan suscitarse en nuestros corazones. Siempre debemos considerar sus tratos disciplinarios a la luz del amor de Dios.

"Como castiga el hombre a su hijo, así el SEÑOR tu Dios te castiga." Con seguridad no quisiéramos vernos sin la bendita garantía y prueba de la paternidad Divina. «Hijo mío, no desprecies la disciplina del SEÑOR, ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque el SEÑOR disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportas la disciplina, Dios los trata como a hijos; porque ¿cuál es el hijo a quien su padre no disciplina? Pero si están sin disciplina, de la que todos han participado, entonces son bastardos y no hijos. Además, tuvimos a nuestros padres naturales que nos castigaban, y los respetábamos; ¿no nos someteremos mucho más al Padre de los espíritus, y viviremos? Porque aquellos nos disciplinaban por pocos días, según les parecía; pero éste, para nuestro provecho, para que participemos de Su santidad. Al recibirla, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero más tarde da fruto apacible de justicia a los que son ejercitados por ella. Por lo cual, enderecen las manos caídas y las rodillas que titubean; y hagan sendas derechas para sus pies, para que lo cojo no se desvíe, sino sea más bien sanado. Hebr. 12:5-13 - C.Mackintosh