SEPTIEMBRE 22

"Porque lo que anteriormente fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito; para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza". Romanos 15:4
¡Alabado sea el SEÑOR por tales palabras! Ellas nos aseguran que toda la Escritura es dada por Dios, 1 Tim.3:16. ¡Precioso vínculo entre el alma y Dios! Él nos habla por su Palabra y nos hace comprender lo que ha hablado. ¿Quién podrá describir semejante vínculo? Su Palabra es una roca contra la cual se estrellan las olas de la incredulidad, dejándola firme en su fuerza divina y eterna. Nada puede quebrantar a la Palabra de Dios. Todos los poderes de la tierra y de los hombres y del diablo jamás podrán debilitarla. Ella permanece inmutable en su gloria moral, a pesar de todos los asaltos del enemigo, siglo tras siglo. "Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos". Sal. 119:89 "Has engrandecido tu nombre, y tu palabra sobre todas las cosas" 138:2. ¿Qué nos queda por hacer? Simplemente esto: "En mi corazón he guardado tus dichos (tu palabra) para no pecar contra ti" Sal. 119:11. Aquí está el profundo secreto de la paz. El corazón está unido al trono, al mismo corazón de Dios por medio de su preciosa Palabra.
Para el que ha aprendido por gracia a confiar en la Palabra de Dios, a descansar en la autoridad de la santa Escritura, todos los libros que hayan sido dictados por la incredulidad carecen de valor; muestran solo la ignorancia y la culposa presunción de sus autores; pero, en cuanto a la Escritura, la dejan donde siempre ha estado y continuará estando: "permanece en los cielos", tan inconmovible como el trono de Dios. Los ataques de los incrédulos no pueden conmover el trono de Dios ni su Palabra. Bendito sea su nombre, tampoco pueden turbar la paz que llena el corazón de aquel que descansa en este fundamento inatacable. "Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo" (Sal. 119:165. "La palabra del SEÑOR permanece para siempre... Esta es la palabra que a ustedes les fue predicada." 1 Ped. 1:25.
Nada es más despreciable que los libros que los incrédulos escriben contra la Biblia, y de todos estos, los más peligrosos son los de aquellos que se denominan cristianos, maestros y profetas de la Palabra de Dios. Cada página, cada párrafo, cada sentencia prueban la verdad de la afirmación apostólica: "El hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios... y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente". Su grosera ignorancia sobre el tema que se atreven a tratar solo es igualada por su presunción y su falta de respeto. Los libros humanos pueden ser objeto de un examen imparcial; pero si uno se acerca al precioso libro de Dios con la preconcebida certidumbre de que no es una Revelación divina, ello se debe a que se ha prestado oído a los incrédulos, quienes dicen que Dios no puede darnos una revelación de su mente por escrito.
¡Qué raro! El hombre puede darnos una revelación de sus pensamientos, y los incrédulos y falsos maestros a menudo lo han hecho, pero Dios no puede hacerlo. ¡Qué locura! ¡Qué arrogancia! ¿Por qué Dios no podría revelar su pensamiento a sus criaturas? Por la sola razón de que los incrédulos así lo quieren. La pregunta formulada por la serpiente antigua en el huerto del Edén, ha venido siendo repetida de siglo en siglo por toda clase de escépticos, racionalistas e incrédulos: "¿Conque Dios les ha dicho?" (Gén. 3:1). Sí -decimos nosotros con intensa satisfacción-; sí, bendito sea su nombre, Él nos ha hablado. Él ha revelado su pensamiento, nos ha dado la santa Escritura. "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra".2Tim.3:16-17
Aquí tenemos de nuevo el mismo vínculo precioso. La Palabra que ha llegado hasta nosotros bajo la forma de las buenas nuevas, es la Palabra del SEÑOR que permanece para siempre y, por lo tanto, nuestra salvación y nuestra paz son tan estables como la Palabra sobre la que están fundadas. Si toda carne es como hierba y toda la gloria del hombre es como la flor de la hierba, ¿qué valor tienen, pues, todos los argumentos de los incrédulos? Valen tan poco como la hierba seca o las flores marchitas; y los hombres que los han expuesto y los que los han aceptado lo comprenderán así tarde o temprano. ¡Qué culpable locura es objetar la Palabra de Dios, la única cosa en el mundo que puede proporcionar paz y consuelo a los pobres corazones fatigados; sí, que locura objetar esta Palabra que trae las buenas nuevas de salvación a los pobres pecadores perdidos y ¡que las trae de parte de Dios!
Debemos ir a la Escritura para encontrar en ella los pensamientos de Dios acerca de todas las cosas, e inclinar todo nuestro ser moral ante la divina autoridad. Tal es la apremiante necesidad de estos días: una absoluta y completa sumisión reverente a la suprema autoridad de la Palabra de Dios. Habrá, sin duda, divergencias en nuestras apreciaciones y explicaciones de las Escrituras, pero en lo que todos los cristianos debemos converger, en la actitud del corazón en cuanto a la obediencia a la Palabra de Dios, expresado de manera preciosa por el salmista: "En mi corazón he guardado tus dichos (tu palabra), para no pecar contra ti:" Sal. 119:11. Podemos estar seguros de que eso es agradable a Dios, pues Él dice: "Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra" Isa. 66:2.
En esto estriba el verdadero secreto de la seguridad moral. Nuestro conocimiento de la Escritura puede ser muy limitado, pero si nuestro respeto por ella es profundo, nos veremos preservados de miles de errores y tentaciones. Y habrá también constante crecimiento. Creceremos en cuanto al conocimiento de Dios, de Cristo y de la Palabra escrita. Nos deleitaremos en beber de esas fuentes vivas e inagotables de la santa Escritura y al pasear con encanto por los verdes pastos que la gracia infinita abre tan generosamente al rebaño de Cristo. Así la vida divina será nutrida y fortalecida; la Palabra de Dios llegará a ser más y más preciosa a nuestras almas, y seremos guiados por el poderoso ministerio del Espíritu Santo a la profundidad, plenitud, majestad y gloria moral de la sagrada Escritura.
Así seremos totalmente liberados de las agotadoras influencias de todos los sistemas teológicos, ¡oh, bendita liberación! Podremos ser capaces de decir a los promotores de todas las escuelas teológicas bajo el sol que, sean cuales fueren los elementos de verdad que puedan tener en sus sistemas, los poseemos con divina perfección en la Palabra de Dios; no torcidos ni deformados para amoldarlos a un sistema determinado, sino en su correcto lugar en el amplio círculo de la revelación divina, el que tiene su eterno centro en la bendita Persona de nuestro SEÑOR y Salvador Jesucristo. -Charles Mackintosh