AGOSTO 19

"Con mi voz clamé al SEÑOR, Y Él me respondió...." Salmo 3:4
Es la respuesta a la oración lo que nos separa del reino de las cosas secas y muertas y hace de ella y de nosotros algo vivo y potente. Es la respuesta a la oración 10 que hace que las cosas ocurran y hayan cambios en el curso; lo que nos saca de las regiones del fanatismo y desmiente que ésta sea una mera ilusión. Sí, es la respuesta lo que hace de la oración algo divino y real. Además, la respuesta a la oración es la única garantía de que hemos pedido bien. ¡Qué maravilloso poder hay en la oración! ¡Cuántos milagros ha obrado! De cuántos beneficios se ha asegurado el hombre por medio de ella. ¿Por qué, entonces, la oración de muchos queda sin respuesta?
Sin embargo, no hay por qué pensar que los millones de oraciones no contestadas lo sean a causa de un misterio de la voluntad de Dios. Dios no hace de nosotros un objeto de su capricho. Él no juega a hacer ver cuándo nos dará sus maravillosas promesas y cuándo no. La única respuesta es que muchas de esas oraciones están equivocadas: son las secuelas de la incredulidad, una imposición, un estorbo, una impertinencia para Dios y para el hombre: "Piden y no reciben, porque piden mal" (Sant. 4:3). Igualmente, la respuesta directa e inconfundible de la oración es una evidencia de la existencia de Dios. Demuestra que el Creador vive, que nos escucha, que se interesa por sus criaturas. No hay prueba tan clara y evidente de la existencia de Dios que la oración contestada. Ya lo dijo Elías: "Respóndeme, SEÑOR, respóndeme, que este pueblo conozca que Tú eres Dios" (1 Rey. 18:37). Esto está apoyado bíblicamente: tenemos el ejemplo de Pedro, quien podría haberse encerrado con el cadáver de Dorcas y haber orado durante días junto al mismo de rodillas, pero si no hubiera habido respuesta, no habría habido tampoco gloria alguna para Dios, sino duda y desmayo.
Las Escrituras hacen énfasis siempre en que hay respuesta a la oración. Todas las cosas que recibimos de Dios nos son dadas como respuesta a la oración. La misma presencia de Dios, su gracia y los dones de la misma, todo ello se obtiene por medio de la oración. Porque es el medio por el cual Dios se comunica con los hombres. Lo más real en ella y esencial es la respuesta que consigue. Más aún, no sólo es la Palabra de Dios una firme seguridad de que nuestras oraciones tendrán respuesta, sino que todos los atributos de Dios cooperan en la misma dirección. La veracidad de Dios está en juego en el compromiso de contestar nuestras oraciones. Su sabiduría, su fidelidad y su bondad van envueltas también. Su rectitud inflexible e infinita se une al gran objetivo de contestar las oraciones de aquellos que le llaman en la necesidad. Su justicia y su misericordia se funden en uno para asegurar la respuesta a la oración. Es significativo que la misma justicia de Dios se ponga en juego y permanezca firme por su fidelidad a la promesa que Él ha hecho de que perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda impureza: "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiamos de toda maldad" (1 Jn. 1:9). La relación regia de Dios al hombre, con toda su autoridad, se une a la relación paternal, con toda su ternura, para asegurarnos la respuesta a la oración.
Todas las cosas que recibimos de Dios nos son dadas como respuesta a la oración. La misma presencia de Dios, su gracia y los dones de la misma, todo ello se obtiene por medio de la oración. Porque es el medio por el cual Dios se comunica con los hombres. Lo más real en ella y esencial es la respuesta que consigue. La mayor evidencia de obtener respuestas seguras a la oración la tenemos en el hecho de que permanecemos en Cristo. Y, por supuesto, nuestro Señor Jesucristo se ha comprometido también a darnos respuesta a la oración: "Todo lo que pidiereis al Padre en mi Nombre, Yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" ano 14:13). "Ven, oh alma, presenta a Jesús tu petición. Pues, Él te ama y se deleita con tu oración. Es Él quien te lo manda: ¡Ora, ora! Y nunca la respuesta puede negar".
Y es que la mayor evidencia de obtener respuestas seguras a la oración la tenemos en el hecho de que permanecemos en Cristo. En otras palabras, el mero acto de orar no muestra que nuestra relación con Dios sea genuina -ésta puede ser una rutina, un hábito o una ejecución muerta (la mera repetición de palabras automáticamente, el multiplicar las oraciones como si acumuláramos mérito, todo esto no tiene la más mínima virtud, es una ilusión, algo vacío e inútil); pero cuando se reciben respuestas claras, no una vez, sino cada día, se tiene la prueba de una conexión vital con Jesús. Leamos lo que dijo el Señor a este respecto: "Si permanecéis en Mí y mis Palabras permanecen en vosotros, cualquier cosa que pidáis os será hecha" Juan 15:7. Así pues, la respuesta a la oración es la prueba convincente del estado satisfactorio de nuestras relaciones con Dios Padre e Hijo.
La oración de Elías consiguió resucitar al hijo de la viuda de Sarepta: " ... ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la Palabra de Dios es verdad en tu boca" (1 R. 17:24), exclamó la mujer al ver el portento. He aquí una gran verdad, aquel que está más cerca del favor de Dios es el que recibe más respuesta del Todopoderoso a sus oraciones... Éstas ascienden al Cielo por una ley invariable, y aún más que por una ley, por la voluntad, la promesa y la presencia de un Dios personal. Luego, la respuesta desciende a la Tierra por medio de las promesas, la verdad, el poder y el amor del Creador. Lo cierto es que Dios contesta todas y cada una de las oraciones que son verdaderas y conformes al Espíritu (sin duda, la tercera Persona divina implicada en el acto de orar). Hay dulce comunión al estar con Dios por medio del Espíritu Santo, quien nos llena de dulzura y suavidad. Las gracias del Espíritu en el alma interior se nutren de la oración. Éste mantiene vivo y fomenta el crecimiento de la fe por medio del ejercicio espiritual de la oración.
Naturalmente no hablamos aquí de oración que sea egoísta en su objetivo, ya que no hay oración egoísta cuando se cumplen las condiciones de la oración genuina. En definitiva, la oración contestada nos pone en constante y consciente comunión con Dios, despierta y aumenta nuestra gratitud y estimula y eleva la inspiración a la alabanza. La oración contestada es la estampa de Dios en nuestra oración. Es un intercambio con el Cielo que establece y realiza una relación con lo Invisible. Damos nuestras oraciones a cambio de la bendición divina. Y Dios las acepta por medio de la sangre expiatoria y nos da su presencia y su gracia en retomo. De este modo, todo lo que en nosotros afecta a la santidad es influido por la oración contestada. Por las respuestas a la oración se maduran los principios de la santidad, y la fe, el amor y la esperanza se enriquecen. Dios no hace nada a medias. No da nada escasamente. Podemos tenerle Todo, aunque Él sólo tiene la mitad de nosotros... Eduward Bounds "¡Dulce oración, dulce oración! Al trono excelso de bondad llevarás mi petición hecha con labios de verdad. Será mi ruego oído allí, y la divina bendición en abundancia sobre mí descenderá, ¡dulce oración!"