ABRIL 19

11.04.2022

¡Oh, si en verdad me bendijeras!" 1 Crónicas 4:10

Jabés reconoció que el Dios de Israel al que él estaba invocando es la Fuente de toda bendición. Como también nos enseña Santiago: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces. Snat. 1:17. "¡Oh, si en verdad me dieras bendición...!" Jabés, consciente de esto, tenía una gran fe y podía entonces orar por una bendición abundante. Sin lugar a dudas, su fe no fue despreciada. Esto mismo puede aplicarse a nosotros. Nuestro SEÑOR, en su gracia, nos ha dado vida y vida en abundancia Juan 10:10. Como cristianos sabemos que hemos sido bendecidos con toda Bendición Espiritual en los lugares celestiales en Cristo Ef 1:3.

"¡Oh, si en verdad me bendijeras!" Recomiendo hacer esta oración, está disponible en cualquier circunstancia; es una oración para comenzar la vida cristiana; una oración al terminar nuestra vida; una oración que nunca estará fuera de lugar en nuestras alegrías o en nuestras tristezas. ¡Oh, que Tú, el Dios de Israel, el Dios del pacto, en verdad me bendijeras! La misma esencia de la oración parece descansar en esas palabras, "en verdad." Hay muchas variedades de bendición. Algunas son bendiciones sólo de nombre, gratifican nuestros deseos por un instante, pero con frecuencia defraudan nuestras expectativas. Encantan al ojo pero hartan al gusto. Otras son simples bendiciones temporales: perecen con el uso. Aunque por un momento deleiten a los sentidos, no pueden satisfacer los más elevados anhelos del alma. ¡Oh SEÑOR, si en verdad me bendijeras!"

Podemos confundir la bendición de Dios que anhelaba Jabes con aquellas bendiciones que son temporales y pasajeras. Y uno de los principales anhelos del corazón del hombre es LA RIQUEZA. Es tan universal el deseo de obtenerla que casi podríamos decir que es un instinto natural. ¡Cuántos han pensado que si la poseyeran, en verdad serían bendecidos! Pero hay muchas evidencias de que la felicidad no radica en la abundancia de bienes que un hombre posea. Luc.12:15 Porque las riquezas son más bien bendiciones aparentes que reales. Si comprendiéramos cuán poco disfruta aquel que tiene muchas riquezas, no tendríamos envidia. Aquellos que han adquirido todo lo que han deseado, aunque sus deseos hubieran sido todos sanos, han sido conducidos al descontento por la posesión de lo que han tenido, ya que siempre han querido más. Debemos comprender que las riquezas tienen alas y como el pájaro que se posa en el árbol, de repente vuelan. En la enfermedad estos abundantes medios que una vez parecían susurrar, "Alma descansa," comprueban ser pobres consuelos.

SEÑOR, No permitas que jamás me haga un dios de la plata y del oro, de los bienes materiales, de las propiedades y de las inversiones que en Tu Providencia me has dado. "Te suplico que en verdad me bendigas. En cuanto a estas posesiones mundanas, serán mi perdición a menos que tenga Tu gracia con ellas. Dame el oro de Tu favor, y seré en verdad bendecido. Tú eres mi porción, mi herencia y mi alma esperará Tu voluntad cada día. En verdad bendíceme y estaré satisfecho. Oh, que podamos ser ricos en fe, que seamos bendecidos espiritualmente, y entonces en verdad seremos bendecidos.

Otra bendición pasajera que se persigue con ansias, es LA FAMA. Deseamos vehementemente ser más honorables y superar a todos nuestros competidores. Nos parece natural desear hacernos de un nombre y ganar alguna distinción a como dé lugar, y deseamos hacer ese círculo más amplio si pudiéramos. Pero aquí, como en las riquezas, es innegable que la fama más grande no trae con ella una medida igual de gratificación. Algunos de los hombres más famosos también han sido de los más infelices de la raza humana. La fama es sólo una bendición aparente, bendición de viento, bendición que se burlan de mí. Dame tu bendición, entonces el honor que viene de Ti me bendecirá, en verdad. "¡Oh, si en verdad me bendijeras e hicieras que estas bendiciones inferiores sean bendiciones reales. Dios mío, en verdad bendíceme, pues qué beneficio sería que mi nombre estuviera en diez mil bocas pero que Tú lo escupieras de la Tuya. Qué importa que mi nombre estuviera inscrito en mármol, si no está inscrito en el libro de la vida del Cordero.

Hay otra bendición temporal que los hombres sabios desean y legítimamente pueden anhelar por sobre las otras dos: la bendición de LA SALUD: ¿Podremos alguna vez valorarla lo suficiente? Menospreciar tal bendición es una insensatez. Quien tiene un cuerpo sano es infinitamente más bendecido que el que está enfermo, independientemente de cuántas riquezas tenga. ¡Oh, que no me gloríe en mi fortaleza! Porque en un instante mi salud me puede fallar. Unos pocos días o semanas pueden convertir al hombre fuerte en un esqueleto. No debemos jactarnos en lo relativo a estas cosas.

Sin embargo, tengo la certeza que nunca he crecido en la gracia divina, como en la cama del dolor. Nuestras misericordias gozosas deberían ser grandes fertilizantes para nuestro espíritu. Pero con frecuencia nuestras aflicciones son más saludables que nuestras alegrías.

El cuchillo que poda es mejor para algunos de nosotros. Después de todo, lo que tengas que sufrir a causa de tu debilidad, pena y angustia, puede ser enfrentado con la divina presencia para que esta leve aflicción momentánea te produzca un peso eterno de gloria, y así puedas ser en verdad bendecidos.

Algunos no tienen salud mental ni espiritual viven desesperados y sin sosiego. Les ruego que tengan mucho cuidado al suponer que son salvos. Si con tu corazón confías en Jesús, entonces serás salvo. Rom. 10:9 Pero si tan sólo de labios dices: "Confío en Jesús," eso no te salva. Si tu corazón ha sido renovado, si odias las cosas que antes amaste, y amas las cosas que antes odiaste; si te has arrepentido realmente; si hay un cambio completo en tu mente; si has nacido de nuevo, entonces tienes razón para alegrarte. Si el Espíritu del SEÑOR te da convicción de pecado, de justicia y de juicio, aunque hasta ahora no hayas sido traído a Cristo, es en verdad una bendición. Pero si no hay un cambio vital, si no hay una piedad interna, si no hay amor a Dios, ni oración, ni ninguna obra del Espíritu Santo, entonces cuando dices: "soy salvo," no es sino tu propia afirmación. Podrá engañarte, pero no te librará. Nuestra oración debe ser, "!Oh SEÑOR, si en verdad me bendijeras con una fe real, con una salvación real, con la confianza en Jesús que es lo esencial de la fe!"

SEÑOR, bendíceme en verdad.Dame un alma sana. Sáname de mis males espirituales. SEÑOR, mi Sanador y Salvador, ven y límpiame de la lepra del pecado que está en mi corazón por naturaleza: hazme sano en sentido celestial. Y bendice mi salud corporal para que la pueda usar rectamente, gastando la fuerza que tengo en Tu servicio y para Tu gloria; pues si no, aunque sea bendecido con salud, podría no ser bendecido en verdad.

Entonces, para que distingas la bendición de Dios de la bendición según los hombres. Debes saber que cualquier cosa que te conduzca a Dios es en verdad una bendición. Las riquezas no lo pueden hacer. Puede haber una pared de oro entre Dios y tú. La fama y la salud no lo pueden hacer. Pero todo lo que te traiga más cerca de Dios es en verdad una bendición. ¿Y qué pasa si es una cruz la que te acerca a Dios? Si te lleva a Dios, será una bendición, en verdad. Ten presente que cualquier bendición que viene como resultado de la obra del Espíritu es en verdad una bendición. Aunque te humille, aunque te despoje, es en verdad una bendición.

Cualquier cosa que me ayude a glorificar a Dios es en verdad una bendición. Si estoy enfermo y eso me ayuda a alabarlo, es en verdad una bendición. Si soy pobre, y puedo servir mejor al SEÑOR en la pobreza que en la abundancia, es en verdad una bendición. Si soy despreciado me regocijaré en ese día y daré saltos de gozo si es por causa de Cristo, porque entonces, es en verdad una bendición. Si mi fe se quita el disfraz, y cuenta como alegría caer en diversas pruebas por causa de Jesús y espera la recompensa del premio que Él ha prometido, esta es en verdad una bendición. "¡Oh SEÑOR, si en verdad me bendijeras!....Y el SEÑOR le concedió lo que pidió". -C. Spurgeon