ENERO 18

Padre nuestro que estás en el cielo. Mateo 6:9
«Padre». Con ese nombre se enciende el amor en nuestras almas, porque, ¿qué cosa más amable para los hijos que un padre?, con un sentimiento de afectuosa inspiración y una cierta confianza en la súplica, cuando decimos a Dios: «Padre nuestro». ¿Qué no dará a los hijos que le piden, cuando les ha concedido antes el que puedan ser hijos suyos? En fin, ¿con qué cuidado no mueve el alma, para que el que diga: «Padre nuestro», no sea indigno de tan gran Padre. -Agustin
Los creyentes son hijos de Dios por partida doble: son de la familia por creación y son sus hijos por la adopción en Cristo. Por lo tanto, tienen el privilegio de dirigirse a Dios diciendo:Padre nuestro que estás en el cielo (Mateo 6:9) Padre, ¡Què palabra tan preciosa!.
La misma palabra tiene autoridad. Sin embargo, ¨si yo soy tu Padre; ¿dònde está mi honor? si ustedes son mis hijos, ¿Dònde está su obediencia? El término Padre mezcla afecto con autoridad, una autoridad que no evoca rebeliòn sino una autoridad que exige una obediencia que se manifiesta alegremente y no se retendrà aunque fuera posible. La obediencia que los hijos de Dios deben mostrarle debe ser una obediencia en amor. Cristo habló muchas veces de su Padre, presentando de diversos modos su providencia, su amor paternal y misericordioso, su obediencia, su estrecha relación con ÉL y su poder ilimitado.
Obedece a Dios y simplemente haz la tarea encomendada, sigue el sendero de sus mandamientos porque es el camino al Padre. ¨presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia¨(Romanos 6:13) porque la justicia es la voluntad de tu Padre y su voluntad será también la voluntad de sus hijos.
¡Padre! La palabra denota un atributo digno de un rey. Sin embargo está tan dulcemente velada por el amor que la corona del Rey pasa al olvido al contemplar su rostro, y su cetro no es una barra de hierro sino de plata, es un cetro de misericordia. Es más, este cetro parece estar olvidado en la tierna mano del que lo sostiene. ¡Padre! En este término encontramos honor y amor. ¡Cuàn grande es el amor de un padre por sus hijos! Ni la palabra amistad, ni el término bondad podrían aproximarse a expresar lo que él corazón y las manos de un padre pueden hacer por su hijo. Son su propia simiente (él debe bendecirlos); son sus hijos (él debe manifestar su fuerza al defenderlos). Si un padre terrenal cuida a sus hijos con un amor y atención incesantes, cuànto más lo demuestra nuestro Padre celestial.
¨¡Abba! ¡Padre! (Romanos 8:15) Cualquiera que haya musitado tales palabras habrá expresado la música más dulce que los querubines y serafines podrían haber cantado. El cielo se halla en la profundidad de aquella palabra: ¡Padre! Esta encierra todo lo que yo podría pedir, lo que mis necesidades podrían solicitar y todo lo que mi corazón podría anhelar. Tengo el todo de todo, por toda la eternidad, cuando puedo decir: ¨Padre¨. Charles Spurgeon
"que estás en el cielo". Expresa La omnipresencia, su majestad y dominio, esto es, que todas las cosas están sujetas a su poder, que el mundo y todo lo que hay en él está sujeto por su mano, que su poder está difundido en todas partes, que todas las cosas son arregladas por su providencia. David dice: "Nuestro Dios está en los cielos Todo lo que quiso ha hecho." (Salmo 115:3). Cuando decimos que "estás en el cielo", esta expresión lo separa del rango de criaturas y nos recuerda que, cuando pensamos en él, no deberíamos formar ninguna concepción baja o terrenal: porque él es más alto que el mundo entero. El es el alto y Sublime que habita la eternidad. Isaías 57:15
Aprendamos a gustar en nuestra oración la belleza de ser amigos, más aún, hijos de Dios, de poder invocarlo con la intimidad y la confianza que tiene un niño con sus padres, que lo aman. Abramos nuestra oración a la acción del Espíritu Santo para que clame en nosotros a Dios: «¡Abba, Padre!» y para que nuestra oración cambie, para que convierta constantemente nuestro pensar, nuestro actuar, de modo que sea cada vez más conforme a la de Jesucristo.