SEPTIEMBRE  17

18.09.2021

«Entonces dijo David al filisteo(Goliat): Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el Nombre del SEÑOR de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado» 1 Samuel 17:45.

En la Biblia, los nombres constituyen una descripción del carácter. De modo que el Nombre de Dios, tal como lo usaron con frecuencia los héroes y santos de la historia sagrada, representa aquellos atributos y cualidades divinas que se combinan para expresar de Dios lo que es Dios. La cualidad especial que David había seleccionado de entre el conjunto de cualidades contenidas en el Nombre divino de Dios se indica con las palabras «Dios de los ejércitos» es como decir "Yo vengo a ti como representante del Dios de los ejércitos, el Dios que tiene ejércitos celestiales a sus órdenes, me ha escogido y enviado para cumplir una misión." Esta era su propia identificación por fe con todo lo que estaba comprendido en dicho Nombre sagrado. Decir "Yo vengo a ti como representante del Dios de los ejércitos, el Dios que tiene ejércitos celestiales a sus órdenes, me ha escogido y enviado para cumplir una misión."

Es necesario aprender mucho con respecto a esta íntima identificación con Dios antes de que podamos decir como David: «Yo vengo a ti en el Nombre de Dios de los ejércitos».

1.-Nuestra motivación debe ser para dar gloria a Dios. No hay duda en cuanto al motivo que impulsaba a David en este conflicto. Su única ambición era luchar para difundir la fama y poder de Dios en Israel y en toda la Tierra. Aquí debemos tener cuidado. Es muy fácil confundirnos suponiendo que estamos luchando para la gloria de Dios, cuando en realidad estamos combatiendo a favor de nuestros propios deseos, nuestra iglesia, de nuestra causa, de nuestros prejuicios o de nuestras opiniones. Caer en este pecado, inconscientemente, es abandonar el derecho de usar el sagrado Nombre de Dios. Con cuánta frecuencia necesitamos exponer nuestros corazones a la inspiración del Espíritu Santo, a fin de que Él los limpie totalmente y los llene de una ferviente consagración a la gloria de Dios.

2.- Debemos estar dispuestos a permitir que Dios ocupe el lugar que le corresponde. Así, David dejó todo el asunto en manos de Dios, y su actitud fue la de todo hombre que ha hecho grandes cosas a favor de la justicia. Tenemos que reconocer a Jesucristo como el Guerrero esencial, el Trabajador, el Organizador y el Administrador de su Iglesia por medio del Espíritu Santo. Cualquier cosa que se deba hacer correctamente, es Él quien tiene que hacerla. Y es que somos llamados no a obrar para Él sino a permitir que Él obre por medio de nosotros. Es Su habilidad la que tiene que dirigirnos; Su fortaleza impulsarnos; Sus manos conducirnos a la victoria.

David no solicitó refuerzos para la pelea contra Goliat, no se apoyó en el poder de los hombres, renunció a la armadura de Saúl, el rey de Israel, confió solo en el poder de Dios y usó las armas con las que antes mató al oso y al león. Lo que Dios uso antes, lo usará también ahora. Estaba tan seguro que el SEÑOR de los ejércitos estaba con él, sabía que la batalla le pertenecía a Dios. Y no solo confió en el SEÑOR, sino que su cuerpo, su mente, pensamientos y todo su ser, estaban consagrados al SEÑOR en pureza, para que así pudieran ser usados por Él como un instrumento, un medio, para cumplir Sus propósitos con el poder de Su Santo Espíritu. Ten en cuenta esto: Si tienes pecados ocultos perderás la batalla y saldrás derrotado.

De manera serena y quieta descendió la ladera y seleccionó las piedras más adecuadas para su propósito. En esta quietud y confianza halló su fortaleza. No tuvo temor porque delante de él iba el Santo de Israel para protegerlo. No vaciló, corrió hacia el ejército filisteo para enfrentarse a Goliat. En su corazón no había miedo a las consecuencias, ni titubeo en el brazo para usar la honda, ni falta de precisión en la puntería, lanzó la piedra hacia la única parte del cuerpo del filisteo que era vulnerable y no estaba protegida. Entonces, la piedra se incrustó en la frente del gigante y en un instante cayó sin sentido a tierra y antes que pudiera reaccionar cortó su cabeza.

Y cuando los filisteos vieron que su campeón estaba muerto, huyeron. Los despojos de la victoria quedaron en manos del vencedor. David alzó la cabeza del filisteo como un trofeo, y llevó su armadura para su tienda. Vivamos a solas con Dios. El hombre más débil es fuerte para hacer proezas si conoce a Dios. Esta es la victoria que vence al mundo, al diablo y a la carne: nuestra Fe. -F.B. Meyer