MAYO 16

02.05.2021

Perseveren EN LA ORACIÓN, velando en ella con acción de gracias. Colosenses 4:2

¿Qué es LA ORACIÓN? LA ORACIÓN es una cierta cálida expresión de amor. ¡Ah, pero es más! ¡LA ORACIÓN es un elevarse del alma! A ti, SEÑOR, elevo mi alma; mi Dios, en ti confío; Salmo 25:1. Esta cálida expresión de amor, este derretirse, este disolverse y elevarse hacen que el alma ascienda a Dios. Cuando el alma se derrite, dulces fragancias comienzan a subir de ella. Esas fragancias brotan de un consumidor fuego de amor... y ese amor está en usted. Es un consumidor fuego de amor en lo recóndito de su ser, un fuego de amor por Dios.La verdadera ORACIÓN, por necesidad, tiene la adoración como su elemento central. Pero hay otro elemento de la oración, justamente tan central, tan esencial, como la adoración. Y es precisamente aquí donde llegamos a la cuestión central de la relación del hombre con Dios; más aún, sin este elemento no hay verdadera oración; sin el mismo no puede haber sumersión en las profundidades mismas de Jesucristo. Sin este elemento no hay verdadera oración, ni entrada en las profundidades de El Ungido, ni tampoco forma alguna de que Dios nos pueda llevar a los propósitos que El planea para nosotros.¿Y cuál es este aspecto tan esencial de la Oración? La renuncia del YO es una parte necesaria de la ORACIÓN y para experimentar las profundidades de Jesucristo. De manera que una vez más nos hemos ido más allá de la oración. La verdadera oración demanda del que ora, que abandone totalmente el ego. Más aún, Dios desea que en definitiva tal estado llegue a ser suyo en todo tiempo. El apóstol Juan habla de la oración como un incienso, un incienso cuyo humo asciende a Dios y es recibido por Él. Y al ángel se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos. (Apoc. 8:3) Cuando usted viene al SEÑOR, derrame su corazón en la presencia de Dios. La oración es derramar su corazón a Él. "He derramado mi alma delante del SEÑOR", dijo Ana, la madre de Samuel (1 Samuel 1:15). Ese derramamiento es un incienso, y ese incienso es una entrega total de uno mismo a Él. El incienso que ofrecieron los magos del oriente, puesto a los pies de Jesús en el establo de Belén, es una imagen de la oración derramada delante de Él.En el Cantar de los Cantares se encuentra una ilustración de este incienso, de este amor, y de este brotar. La esposa dice: "Mientras el Rey estaba a la mesa, Mi perfume esparció su fragancia." (Cantares 1:12) La mesa que se hace referencia aquí es lo más recóndito de nuestro ser, nuestro espíritu. Y allí en nuestro espíritu mora Dios. Oh, cuando aprendemos cómo morar allí con Él, su divina presencia disuelve la dureza de nuestra alma. Y cuando esa dureza de nuestra alma se derrite, ¡preciosas fragancias brotan de ella!Ahora miremos al Rey. Miremos al "Amado". Después de ver el alma derretida de la esposa, Él habla: ¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo, perfumada de mirra y de incienso y de toda clase de finos aromas? (Cantares 3:6) Ahora debemos hacer la pregunta central: ¿Cómo asciende el alma a Dios? El alma asciende a Dios renunciando al Yo, ¡entregándolo al poder destructor del amor divino! ¡Sí, entregándolo al poder aniquilador del amor divino!Esta renuncia del YO es esencial, absolutamente esencial, si es que quieres experimentar las profundidades de Jesucristo y morar allí continuamente. ¡Es sólo mediante la destrucción y aniquilación del Yo que tu puedes rendir homenaje a la soberanía de Dios! Y ver que El poder de Dios es grande, y Él es honrado solamente por los humildes. Es mediante la total destrucción del YO que tú reconoces la suprema existencia de Dios.- Jeanne Guyon