ABRIL 16

«El que habla de sí mismo, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia» Juan 7:18.
El que habla mucho de sí mismo y de sus logros, busca su propia gloria y no la de Dios. ¡Nos cuesta tanto estar quietos! Presumimos al pensar que, si nosotros no hacemos o decimos, la obra de Dios experimentará una gran pérdida; que mucho quedará sin hacer si no hacemos lo que tan excelentemente creemos hacer. Pero todo eso es vanidad. Nadie es indispensable ni irreemplazable. El único indispensable e irreemplazable es Jesucristo, Salvador y SEÑOR nuestro.
Efesios 2:10, nos dice que Dios preparó de antemano las obras en que debíamos andar . Sin duda, no son nuestras obras, sino las obras de Dios preparadas para que nosotros las realizáramos. No lo que se nos ocurra, "sino lo que Dios preparó" . Y esto puede ser algo bastante más sencillo y modesto que lo que nosotros nos queremos atribuir.
Quien hace su propia obra suele cargar con un gran nerviosismo, sufre de ansiedad y estrés, porque ambiciona grandezas imitando más los logros y éxitos que el mundo busca con avidez, que hacer la voluntad de Dios y lo que Él le ha llamado a hacer. Su corazón ansioso e inquieto no le permite tener paz. Puede incluso, herir y pelearse con sus hermanos, por causa de su competencia, celos y envidia. Pretendiendo hacer lo mejor, cae en lo peor. En vez de hacer la obra de Dios, hace daño a los amados de Dios, y destruye la obra de Dios. En lugar de actuar así, haríamos muy bien, si nos unimos al mismo sentir del rey David y oramos así: SEÑOR, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.Salmo 131:1-2 Como un niño me abandono a Su voluntad, como un niño confío en Él, como un niño descanso en Él.
Por eso, Hebreos nos llama a descansar de nuestras obras, y a entrar en el reposo de Dios. «Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas» (Heb. 4:10). Si tenemos conciencia de estar haciendo la obra de Dios y no la nuestra, podemos descansar. Dios tiene todo ordenado para Su gloria. Y lo que a nosotros nos resta es alinearnos con ese orden; unir y conformar nuestra voluntad a la suya.
Nosotros no tenemos libertad para hacer o decir lo que queramos. El SEÑOR dijo: «El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia» (Juan 7:18). Mucho hemos hecho para nosotros, por nuestra cuenta, y para alcanzar el reconocimiento,los aplausos y la gloria de los hombres. Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Gal. 1:10 Si haces obras aunque sean lícitas y buenas, pensando en ser reconocido y agradar a los hombres no eres siervo de Cristo, sino de los hombres y del mundo. Es preciso detenernos de una vez y esperar la dirección de Dios.
El SEÑOR no nos llamó primariamente para hacer cosas, sino para estar con Él, en Su presencia, para escucharle, y recibir sus instrucciones. Todo verdadero servicio a Dios comienza en la quietud de su silencio, en la intimidad de su secreto. Al decirle: «Heme aquí, envíame a mí», no estamos llenando un requisito para salir en estampida, sino que estamos poniéndonos a su disposición para que Él y no el hombre sea quien nos envíe.
Pablo decía: «Prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento ... que diez mil palabras en lengua desconocida» (1 Cor. 14:19). En otras palabras: «Prefiero hablar cinco palabras de Dios, en el tiempo de Dios, a las personas escogidas por Dios, que diez mil palabras mías, dichas a mi antojo, y a quienes a mí se me ocurra». La obra de Dios no consiste en cantidad, sino en calidad, aunque en apariencia tenga mucho brillo y éxito según los parámetros del mundo, la obra que lleva frutos verdaderos y es eterna, es la que Dios respalda y que se originó en Él. Solo lo suyo tiene vida. Lo nuestro está muerto, no tiene virtud alguna, no salva ni edifica a nadie. Solo sirve y permanece lo que viene de Dios.
Cerciorate de hablar de Dios y lo que ha hecho por ti y no de ti mismo, ni por tu propia cuenta, y en todo lo que hagas para el servicio, ten en cuenta las palabras del SEÑOR Jesús: «El que habla de sí mismo, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia» Juan 7:18.