SEPTIEMBRE 14

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Romanos 8:18
Pablo usó la palabra "aflicciones" para describir la tribulación, reconoció que su camino no fue fácil ni florido. Asimismo, habló de la Tribulación y la consideró como algo leve en comparación con el peso de gloria que aguarda a todos los que de modo sumiso, paciente y fiel atraviesan la tribulación: "Porque esta leve tribulación dura sólo un momento, pero obra en nosotros un grande y eterno peso de gloria" 2 Cor. 4:17
Igualmente, las palabras de Pedro demuestran que la aflicción y el estado de gracia más elevado están íntimamente unidos: "Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayan padecido un poco de tiempo, Él mismo los perfeccione, afiance, fortalezca y establezca" 1 Ped. 5:10. Es en el fuego del sufrimiento que Dios purifica a sus santos y les lleva a las alturas. Es en el crisol que se prueba la fe, la paciencia y se desarrollan las virtudes que forman el carácter cristiano.
Pero se necesita una fe del más alto orden para contar como un bien y gozo lo que vemos como tribulación. Y esta clase de fe nos la da el Espíritu Santo, como un don de gracia. De nuevo, el mérito no es nuestro, sino de Dios; Él da el remedio y nosotros lo aplicamos.
El objetivo más elevado de nuestro Creador con el sufrimiento es, sin duda, desarrollar en sus hijos el carácter cristiano; procura engendrar en nosotros aquellas virtudes que pertenecen a nuestro Señor Jesucristo. Es decir, está buscando hacernos como Él. No es esfuerzo, sacrificios ni trabajos ni grandeza, lo que Él quiere: es que mostremos paciencia, mansedumbre, sumisión a la voluntad divina, espíritu de oración que nos haga presentar todo a Él. Procura, definitivamente, crear en nosotros Su imagen. Y los sufrimientos, de una manera u otra, hacen exactamente esto.
" No son comparables con la gloria que ha de ser revelada en nosotros." Se nos dice que el Cielo es la gloria eterna de Dios. Estas son palabras incomprensibles en la Tierra; ya que la gloria de la Tierra, por grande que sea, no puede ser comparable a la gloria eterna. ¿Cómo podría ser medida? ¿Con qué palabras la definiríamos? No obstante, es a esto a lo que somos llamados: a la gloria de Dios. ¡Despertemos en nosotros una ambición digna de la gloria de Dios! ¡Despertemos, pues, una esperanza también ilimitada, la cual no nos será revelada hasta que hayamos sufrido por un tiempo!
¡Oh, pues, feliz sufrimiento! ¡Oh, período corto de dolor! cuando lo comparamos con la gloria eterna de Dios en la que las tribulaciones son sólo un preámbulo. Pero resulta curioso observar que el proceso purificador viene a través de las persecuciones de las manos de los malvados y de satanás y, aun con todo, Dios tiene el control, y los resultados del proceso están en Sus manos.
No hay nada fuera de su poder, no existe nada de lo que no tenga control para el bien de sus hijos. "Todas las cosas", sean procedentes de hombres malos, del demonio o de las propias equivocaciones de hombres buenos, sabemos que "cooperan para bien de aquellos que aman a Dios, que son llamados conforme a su propósito" Rom. 8:28. En definitiva, no hay nada en la naturaleza de la persecución y la aflicción que pueda impedir a Dios ayudar a sus fieles elegidos hasta el momento de su glorificación. - E.M Bounds
"Aquel que sufra con el Maestro aquí, cuando ante Su trono se presente, hallará sitio preparado a Su lado; el premio de la Fe está asegurado, y todo aquel que lleve aquí la cruz hasta el fin recibirá allí la corona. Esperanza bendita, nos inspiras y nuestro ánimo elevas decaído, das vida aun a los muertos: pronto terminarán nuestros conflictos y al fin contigo ascender podremos, para reinar triunfantes a tu lado. Esperando, pues, la corona inmortal la cruz sigo llevando, y en este mundo con ella deambulando, y ante el dolor y el trabajo sonrío; rápido pasa el tiempo hasta que llegue mi Libertador, seque mis lágrimas y mi frente, y consigo me lleve al celestial hogar...." - Charles Wesley