MAYO 12

02.05.2021

El SEÑOR ha escondido su rostro del pueblo de Jacob, pero yo esperaré en Él, pues en Él tengo puesta mi esperanza. Isaías 8: 17

Aquí tenemos a un siervo de Dios, que espera en Él, no a causa de sí mismo, sino de su pueblo, de los cuales Dios ha escondido su rostro. Nos sugiere que nuestro esperar en el SEÑOR, aunque comienza con nuestras necesidades personales, con el deseo de la revelación de Él mismo, o la respuesta a las peticiones personales, no debe, no puede, terminar aquí. Puede que aunque nosotros andemos a la plena luz de la faz de Dios, El esté escondiendo su rostro de su pueblo, que nos rodea; lejos de hacernos pensar que es un justo castigo de su pecado, o las consecuencias de su indiferencia, se nos llama a preocuparnos con corazón tierno de su triste estado, y esperar en Dios a favor suyo.

El privilegio de esperar en Dios es al mismo tiempo origen de gran responsabilidad. De la misma manera que Cristo, cuando hubo entrado en la presencia de Dios, empezó a usar este lugar de privilegio y honor como intercesor, también nosotros, si sabemos realmente lo que es entrar y esperar en Dios, debemos utilizar nuestro acceso a Dios en favor de nuestros hermanos menos favorecidos. «El Señor ha escondido su rostro del pueblo de Jacob, pero yo esperaré en él, pues en él tengo puesta mi esperanza.» Tú participas asistes a la iglesia en una congregación determinada. Es posible que haya en ella menos vida y gozo espiritual en la predicación y la comunión de lo que desearías. Perteneces a una iglesia con sus muchos servicios. Hay tanto error o mundanalidad, se busca tanto la sabiduría humana y la cultura, o se hace énfasis en las ordenanzas y observancias, que tú no te extrañas de que Dios haya escondido su rostro en muchos casos, y haya en ella poco poder para la verdadera conversión y la verdadera edificación.

Luego hay las ramificaciones de la obra cristiana con las cuales estás conectado: La Escuela Dominical, la predicación evangelista, un grupo de la Asociación de Jóvenes, la misión extranjera: en la cual la debilidad de la obra del Espíritu parece indicar que Dios está escondiendo su rostro. Crees, también, que sabes el por qué. Hay demasiada confianza en los hombres y en el dinero; hay demasiada formalidad y auto indulgencia; hay poca fe y oración; poco amor y poca humildad; muy poco espíritu del Crucificado. A veces te parece como si las cosas no tuvieran solución. Nada va a cambiar ni a servir de nada.

Cree, sin embargo, que Dios puede ayudar y ayudará. Dispón tu corazón para Esperar en Dios, en favor de sus hijos extraviados. En vez de un tono de juicio o de condenación, de decepción y desespero, hazte cargo de tu vocación de que eres llamado: A confiar en Dios. Si los demás fallan en hacerlo, entrégate a la tarea con redoblado afán. Cuando más profunda la oscuridad, mayor la necesidad de apelar al único Liberador. Cuanto mayor la autoconfianza a tu alrededor, gente que no saben que son ciegos, pobres, desgraciados, más urgente ha de ser la llamada que has de sentir para ver todo este mal y tener acceso a Aquel que es el único que puede ayudar, para estar en tu puesto esperando en Dios. Di en cada nueva ocasión, cuando te sientas tentado a hablar o suspirar: «El Señor ha escondido su rostro del pueblo de Jacob, pero yo esperaré en él, pues en Él tengo puesta mi esperanza..»

Hay todavía un círculo mayor: el de la Iglesia Cristiana esparcida por todo el mundo y en el estado de los millones que pertenecen a ella. ¡Cuánta profesión de cristianismo nominal, cuánto formalismo! ¡Hasta qué punto la regla de la carne y del hombre rige en el mismo templo de Dios! Y ¡qué abundante prueba de que Dios ha escondido su rostro! ¿Qué han de hacer los que ven esto y lo lamentan? La primera cosa que deben hacer es: «El Señor ha escondido su rostro del pueblo de Jacob, pero yo esperaré en él, pues en él tengo puesta mi esperanza.»

Esperemos en Dios, en una humilde confesión de los pecados de su pueblo. Hemos de dar tiempo y esperar en Él, en esta actividad. Esperemos en Dios, en oración tierna y amorosa por todos los cristianos del mundo, nuestros amados hermanos, por equivocadas que estén sus vidas y sus enseñanzas. Esperemos en Dios con fe y a la expectativa, hasta que Él nos muestre que va a escuchar. Esperemos en Dios, con el simple ofrecimiento nuestras vidas a Él y con oración sincera oremos por ellos.

Esperemos en Dios, y no le demos descanso, hasta que haga de Sión lugar de gozo en la tierra. Sí, descansemos en el SEÑOR, y esperemos pacientemente en Él, que ahora esconde su rostro de tantos de sus hijos descarriados. Y digamos, con respecto a la luz que esperamos ver de su faz, brillando sobre todo su pueblo: «Espero en el SEÑOR, mi alma espera y mi esperanza está en su Palabra. Mi alma espera en el SEÑOR, más que los centinelas a la mañana, sí, más que los vigilantes a la mañana.» ¡Alma mía, espera sólo en Dios!